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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Entonces mi Zipette apostrofa a su vecina y le dice: «¡Usted perdone, señora! ¿Se dirigen a mí esas frases?» «Señora: se dirigen a los pendones en general. Pero ¡si usted quiere aplicárselas...!» «Los dichos de una prostituta no tienen importancia: por eso desdeño los suyos...» Etc., etc.
Estaba yo en el cabaret de Lutecia, en compañía del señor Sharp, mi amigo, aquí presente, y de mi amiga, la señorita Amelia Migeon, conocida principalmente por el sobrenombre de Zipette; la velada deslizábase deliciosa, divirtiéndonos todos delicadamente, como personas bien educadas. Pero he aquí que viene a sentarse junto a nosotros un individuo acompañado de una especie de pellejo.
No comprendo cómo admiten gente de esta calaña en el cabaret de Lutecia; la mujer hallábase en un estado de embriaguez avanzada, y el hombre apenas se encontraba mejor que ella; piden champaña, y luego se ponen a mirarnos de hito en hito a Zipette y a mí, y a comunicarse en voz baja ciertas reflexiones, que debían ser muy graciosas porque les hacían reír de una manera irritante; yo sentía que se me subía la sangre a la cabeza, y mi amiga, por su parte, se agitaba; lo cual no es buena señal en ella.
Los vecinos persistían en su molesta actitud; en esto, mi Zipette, agotada ya su paciencia, se pone a hablar en voz alta y a gritar que había en el vasto universo personas sin educación, las cuales acabarían por recibir unas cuantas bofetadas de las personas distinguidas de la reunión. EUSTAQUIO. ¡Ah! Esto es una provocación. EL VIZCONDE. ¡Usted perdone! ¡Era la respuesta a una provocación!
Ahora bien; apenas había lanzado Zipette estas aladas palabras, cuando la doncella de al lado, dirigiéndose a la concurrencia, aludió a ciertas golfantas que merecían recibir una buena azotaina; agregó que los caballeros y las señoras a quienes interesara este espectáculo no tendrían que esperar mucho tiempo para verlo.
Palabra del Dia
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