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Actualizado: 21 de junio de 2025
A mí me llaman Felipe; pero si algún día me busca usted, pregunte por Castelar, pues así me conocen, porque me gusta hablar con las personas y en la taberna soy el único que puede leer el periódico a los compañeros. Ese muchacho que pasa con el cesto de pescado es Chispas, a su patrón le llaman El Cano, y así estamos bautizados todos.
Fortunata no necesitó más, y fue a la otra casa, donde encontró a la comandanta muy afanada, porque no era un almuerzo, sino tres los que tenía que preparar, el de Juan Antonio y el de dos obreros más, cuyas respectivas mujeres se habían ido ya para la fábrica, dejándole aquel encargo. «Váyase usted a la compra le dijo , que de las tortillas se encarga una servidora...». Mucho agradeció esto doña Fuensanta, y poniéndose su toquilla encarnada, quedándose con la bata de tartán y las gruesas zapatillas de orillo, cogió el cesto y el portamonedas y fue a pedir órdenes a Severiana, que estaba en la sala, dentro de una nube de polvo. «Tráigame usted un codillo como el del otro día, para ponerlo en sal... un cuarterón de agujas cortas... Tocino hay en casa... ¡Ah!, no olvide las zanahorias, ni el cuarto de gallina... Si trae para usted sesada de carnero, cómpreme otra a mí...
Por la mañana bajaba a hacer su compra, con su cesto al brazo, y al cuarto de hora volvía. Ella misma se hacía la comida y limpiaba la casa, en cuyas operaciones se le iba casi todo el día.
Y no dio paz al cántico hasta que divisó a una muchacha que llegaba con un cesto sobre la cabeza. Hola, Telva, cuerpo bueno: ¿adónde te vas a estas horas, chiquirritilla? Supongo que no será a Lada... Al mismo tiempo le cerraba el camino con el caballo y le aplicaba golpecitos en las mejillas con la vara. Pues a Lada me voy. ¿Y si te comen los lobos? Poco se perdería.
El Boletín de Comercio, y La Estrella, La Revista y La Abeja las metáforas de Martínez de la Rosa y las interpelaciones del conde de las Navas, todo se funde en uno dentro del cesto de la trapera.
Sin pérdida de tiempo logró entrar en el lavadero de Chy-Fook como asistente, y el viernes próximo fue enviado con un cesto de ropa limpia a los varios clientes de la empresa. Era una de esas tardes de nieblas, uno de estos días descoloridos, grises, que desmienten el nombre del verano para cualquiera, excepto para la exaltada imaginación de los ciudadanos de San Francisco.
El amanecer debía sorprenderles en el Vedrá. ¡A ver si el señor salía pronto de su torre! Se alejó el viejo tierra adentro, llevando pendiente de un brazo el cesto de pescado. Déle usted mi parte a Margalida, tío Ventolera, y que me traigan pronto la comida. El marinero contestó con un movimiento de hombros, sin volver el rostro, y Jaime fue avanzando por el borde de la playa hacia la torre.
Pero la voz pasa, y la hermosura con ella, y con la hermosura los galanes ricos; entonces empezó a bajar de nuevo la escalera hasta el último piso, hasta el piso bajo; luego mudó de barrios hasta el hospital; la vejez, por fin vino a sorprenderla entre las privaciones y las enfermedades; el hambre le puso el gancho en la mano, y el cesto fue la barquilla de su naufragio.
No tarda en ponerse en movimiento un torno que hay en la pared, por medio del cual recibe el caballero luz y un cesto con manjares. Dentro del cesto viene también una carta, que dice lo siguiente: «Por los papeles que os he usurpado, sé, Don Gabriel Manrique, parte de vuestros amores. Quien temerosa de perderos os ha impedido el viaje, mal os lo consentirá celosa.
De este modo Rogerio Chillingworth, viejo, deforme, y con un rostro que se quedaba grabado en la memoria de los hombres más tiempo de lo que hubieran querido, se despidió de Ester y continuó su camino en la tierra. Iba recogiendo aquí una hierba, arrancaba más allá una raíz, y lo ponía todo en el cesto que llevaba al brazo.
Palabra del Dia
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