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Todo lo ves cambiado, todo lo ves equivocado; el tartán se te antoja seda, y este color pardo sucio te parece grosella... Pues yo juraría... No jures, hijito, que es pecado... ¡Batas de seda...!, qué más quisiera yo... Y salió prontamente. En el Camón mudó la bata que tenía puesta por otra muy vieja, que era la que generalmente usaba...

También mandó Guillermina despejar la habitación y que se apagaran las luces. Entre la mucha gente que había entrado, veíanse dos mujeres muy bien vestidas a la chulesca, con mantón color café con leche, delantal azul, falda de tartán, pañuelos de color chillón a la cabeza, el peinado rematado en quiquiriquí con peina de bolas, el calzado de la más perfecta hechura y ajuste.

Fortunata no necesitó más, y fue a la otra casa, donde encontró a la comandanta muy afanada, porque no era un almuerzo, sino tres los que tenía que preparar, el de Juan Antonio y el de dos obreros más, cuyas respectivas mujeres se habían ido ya para la fábrica, dejándole aquel encargo. «Váyase usted a la compra le dijo , que de las tortillas se encarga una servidora...». Mucho agradeció esto doña Fuensanta, y poniéndose su toquilla encarnada, quedándose con la bata de tartán y las gruesas zapatillas de orillo, cogió el cesto y el portamonedas y fue a pedir órdenes a Severiana, que estaba en la sala, dentro de una nube de polvo. «Tráigame usted un codillo como el del otro día, para ponerlo en sal... un cuarterón de agujas cortas... Tocino hay en casa... ¡Ah!, no olvide las zanahorias, ni el cuarto de gallina... Si trae para usted sesada de carnero, cómpreme otra a ...

Calzaba medias azules y zapatillas de «cintos» negros y tenía echado sobre los hombros un gabanote obscuro, forrado de tartán de muchos colores. Nada de corbatín ni siquiera de cuello alto ni planchado.

Y yo le conocí a usted también. Es usted el que estaba en las Filas el año pasado un día de fiesta. Como para los pobres suele no haber estaciones, Amparo tenía el mismo traje de tartán, pero muy deteriorado, y una toquilla de estambre rojo era la única prenda que indicaba el tránsito de la primavera al invierno.

No muy lejos vio a un viejo trabajador con blusa azul, boina raída y alpargatas, que venía corriendo, perseguido de un joven que, a juzgar por las mangas postizas de tartán sujetas al codo y su cabeza peinada y relamida, que llevaba descubierta, debía de ser dependiente de alguna tienda de comestibles.

Muchachitas de catorce a diez y seis años de edad, la mayor parte de ellas alimentadas con pan seco y con manzanas verdes en una buhardilla de obreros o en la garita de un portero, vienen al teatro con vestidos de tartán y con zapatos viejos, y su primer cuidado es correr a mudarse de traje, sin que nadie pueda notarlo.

Traía Mauricia un mantón nuevo y a la cabeza un pañuelo de seda de fajas azul-turquí y rojo vivo, delantal de cuadritos y falda de tartán, y en la mano un bulto atado con un pañuelo por las cuatro puntas. «¿No está doña Lupedijo sentándose sin ninguna ceremonia. Ya le he dicho que no replicó Papitos con mal modo. No te he preguntado a ti, refistolera, métome-en-todo.

1 En el año que vino Tartán a Asdod, cuando le envió Sargón rey de Asiria, y peleó contra Asdod, y la tomó. 2 En aquel tiempo habló el SE