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Y, sobre todo, no jures, que es pecado mortal. Véngate sin juramento; con cachaza y mala intención. Pierde cuidado. No me faltará cachaza. He de disimular más y he de ser más hipocritona que esa indina. Mala intención es lo que no tengo; mi intención siempre será buena.

Esta bajó la cabeza balbuciendo ruborizada: No te acuerdes más de eso. No lo traigo á la memoria para echártelo en cara. Lo hago únicamente para que me perdones lo que he dicho al hablar de tu madre. Aunque me jures lo contrario, seguiré creyendo que ha tenido la mayor parte de la culpa. Te engañas.

El viento me bajaba a cada instante el embozo de la capa, la lluvia me azotaba la cara y me entraba por el cuello. Tenía miedo que me mojase la niña. Además iba temiendo resbalar. ¡Figúrate si caigo en aquel momento! El viento soplaba a veces tan recio que me impedía dar un paso. Bien puedes creerme que estuve tentado a dar la vuelta y dejarlo para otro día. Lo creo sin que me lo jures.

Te pediré perdón de rodillas por haber alimentado a veces malos pensamientos contra ti, pero es necesario que me otorgues una cosa: es preciso que me jures aquí, sobre este cadáver, que nada sabías, que en todo me has dicho la verdad. Y la acercó al cadáver que parecía contemplarlo con su sonrisa de beatitud, como una novia que sonríe a su novio.

CABR. El que llegare más presto, Basta. NARV. Ninguno me enoje. ESPIN. Perdona, que no hay remedio. PER. Baja y la boca le rompe. NARV. ¡Por vida del Rey! PER. No jures. NARV. ¡Ah, señores! ¡Ah, señores! Bájense todos. PÁEZ. Permíteme, Alcaide ilustre, Que de una almena le ahorque. CABR. Dame licencia, señor, Que las narices le corte. ARR. Basta, que vienen todos los cristianos.

Se puso tan guapa al hacer esta declaración, que Rubín la miró mucho antes de decir: «No, no jures; no necesitas jurarlo. Te creo. Di otra cosa. Y si ahora entrara por esa puerta y te dijera: 'Fortunata, ven' ¿irías?». Fortunata miró a la puerta.

Calló un momento y prosiguió con dulce risa, como quien de súbito tiene una idea que le agrada: Esta injusticia quiero remediarla yo; pero necesito antes que me proclames y me jures por tu reina. mi súbdito fiel. Sométeteme. Júrame por tu reina y tu reina te premiará. Júrame. Don Paco se sometió sin más resistencia. Se hincó de rodillas a los pies de ella y exclamó entusiasmado: ¡Te juro!

Amaba a Manolita y no quería decir la verdad sobre su carácter; pero con el astuto don Eugenio no valían disimulos. Mira, muchacho, nos engañas. No, no eres feliz... aunque me lo jures. tienes, como yo, sangre de comerciante, y el que nos saque de este mostrador y nuestras costumbres, nos mata.

Todo lo ves cambiado, todo lo ves equivocado; el tartán se te antoja seda, y este color pardo sucio te parece grosella... Pues yo juraría... No jures, hijito, que es pecado... ¡Batas de seda...!, qué más quisiera yo... Y salió prontamente. En el Camón mudó la bata que tenía puesta por otra muy vieja, que era la que generalmente usaba...

Sigue, sigue dándome esas pruebas de tu ateísmo, y los pobres te bendecirán... ¿Ateo ? ¡Ni aunque me lo jures lo he de creer!». Moreno se sonreía tristemente. Tal entusiasmo le entró a la santa, que le dio un beso... «Toma, perdido, masón, luterano y anabaptista; ahí tienes el pago de tu limosna».