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La litera se puso en movimiento. ¿A qué vas al alcázar, hija mía? No voy yo, sino vos. Tomad. ¡Ah! ¡la orden de libertad de don Juan! ¡no se la has dado! ¡quieres que la devuelva al duque de Lerma y que el proceso siga! ¡haces bien! ¡ese no es digno de nuestra protección! ¡no amarte á ti que tanto le amas! ¡que tanto haces por él! ¡véngate! ¡ya que no sea tuyo, que no sea de la otra!

Véngate, véngate; ríete de una generosidad que él no practicó contigo; no tengas piedad de quien no la tuvo de ; él es indigno de tus favores, indigno de compasion, indigno de perdon; véngate, véngateAsí habla el odio exaltado por la ira; pero este lenguaje es demasiado duro y cruel para no ofender á un corazon generoso.

Plácido Penitente, decía la voz, demuestra á toda esa juventud que tienes dignidad, que eres hijo de una provincia valerosa y caballeresca donde el insulto se lava con sangre. ¡Eres batangueño, Plácido Penitente! ¡Véngate, Plácido Penitente! Y el joven rugía y rechinaban sus dientes y tropezaba con todo el mundo en la calle, en el puente de España, como si buscase querella.

¿Cómo he de olvidar lo que hiciste conmigo? Bueno..., ¿qué buscas, qué pretendes? ¿La satisfacción de oírme que hice mal? ¿que te diga que me arrepiento? ¿que ni siquiera me porté como caballero? Corriente; no merezco ni lástima...; humíllame, véngate cuanto quieras; pero, ¡por Dios, Cristeta, vida mía! ¿a quién has querido, de quién eres...? ¡yo no puedo vivir así!

Y, sobre todo, no jures, que es pecado mortal. Véngate sin juramento; con cachaza y mala intención. Pierde cuidado. No me faltará cachaza. He de disimular más y he de ser más hipocritona que esa indina. Mala intención es lo que no tengo; mi intención siempre será buena.

Y levantándose entonces de la silla se dirigió hacia su madre con los ojos echando chispas, y haciendo la cruz como para persignarse, dijo solemnemente: Por esta cruz lo juro: yo me vengaré. Ella se acordará de mi durante toda su asquerosa vida o me han de borrar el nombre que tengo. , hija mía repuso Juana , véngate, véngate. Nada más natural y razonable, pero sin hacer ninguna barrabasada.

Tan pronto como este lo sabe, recuerda la ofensa recibida, el resentimiento se dispierta en su corazon, al resentimiento sucede la cólera, y la cólera engendra un vivo deseo de venganza. ¿Y porqué dejara de vengarse? ¿No se le ofrece ahora una excelente oportunidad? ¿No será para él un placer el presenciar la desesperacion de su adversario burlado en sus esperanzas, y quizas sumido en la oscuridad, en la desgracia, en la miseria? «Véngate, véngate, le dice en alta voz su corazon; véngate, y que él sepa que te has vengado; dáñale, ya que él te dañó, humíllale, ya que él te humilló; goza el cruel pero vivo placer de su desgracia, ya que él se gozó en la tuya.