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Y al oírme decir que deseaba yo ir a vagar por los ejidos de Villaverde y por las márgenes del Pedregoso: Pero, dime: ¿estás loco? No: eso será otro día. Ahora, ponte elegante, y sal a visitar a los viejos amigos. Ni un día ha pasado sin que pregunten por .

¡Oh! ¡más horrible aún! exclamó Dorotea. Oye... Oye... el ruido tentador del oro me detuvo, me trastornó, me atrajo... y... me quedé inmóvil, pegado á la pared... cerca de aquella puerta... yo no sentía, no oía otra cosa que el ruido del dinero... y tras él me parecía escuchar tu llanto desconsolado... me parecía verte extendiendo tus bracitos... llamando á tu madre... ¡oh! ¡Dios mío!... yo no cuánto tiempo pasé de aquel modo... al fin aquella puerta... la puerta de la tienda se abrió y salió un hombre... la puerta se cerró y el hombre que había salido se alejó solo; yo le seguí... le seguí recatadamente... eran mis pasos tan silenciosos, que no podía oírme... era la noche tan obscura, que aunque hubiera vuelto la cabeza no hubiera podido verme... y una fascinación terrible, involuntaria, me acercaba más á aquel hombre... de repente aquel hombre dió un grito y cayó de boca contra el suelo... al caer se oyó un ruido metálico... el de un saco de dinero... luego se oyó crujir de nuevo aquel saco, y otro hombre dió á correr... el que había caído no volvió á levantarse... el otro no volvió á pasar jamás por aquella calle... tres días después estabas en las Descalzas Reales... porque yo... yo tenía oro... mucho oro... yo era rico... y podía criar bien á mi hija.

Dicen que lo insulté, que le mordí en una mano. Ignoro cómo pude hacerlo. Estaba tal vez loca en aquel instante. Es verdad que este señor me llevó á empujones, sin querer oirme; que no me permitió seguir viendo á mi Alberto.... Hizo una larga pausa. Sus ojos empezaron á humedecerse.

Por dicha, el Conde de Casa-Valencia, con el discurso que leyó antes, recompensó, con paga adelantada y no viciosa, la paciencia que gastasteis en oírme; y no dudo que seguirá pagando este favor, auxiliándonos en nuestras tareas, con la discreción y laboriosidad que le son propias y con la erudición y el ingenio de que nos ha dado hoy gallarda muestra. Den lieb' ich, der Unmögliches begehrt.

Y así, en vez de abrir los oídos para oírme, abre bien los ojos para ver lo que ocurra en la tertulia que voy a tener aquí, echando una cana al aire y renovando esta noche, por extraordinario, mis retozonas costumbres de otros días. Doña Ramona, hermana del alcalde y viuda como él, fue la primera que se presentó en la sala.

Mientras yo los plegaba y ordenaba un poco mejor, le exponía excusas y reparos que resultaban inútiles: no quería oírme.

Pero el aya, que ya había previsto ese movimiento, lo retuvo del brazo diciéndole: Dominad vuestra indignación, señor; si salís de esta pieza antes de oírme hasta el fin, nada podrá salvaros del deshonor y de la cárcel.

Fray Facundo se tapó los oídos y exclamó en un arranque de coraje: Con todo respeto, señora duquesa.... Yo no puedo oír tales cosas.... Aguardó la señora a que el obispo descubriese las orejas, y dijo: No me vengas, Facundo, con escrúpulos de monja. Si no quieres oírme, rebáteme con razones sensatas, y yo me callaré. De lo contrario, tendré que pensar que eres un estúpido o que estás obcecado.

Esos proyectos los tuve replicó Salvador con firmeza . No fui a los Cigarrales con otro objeto. Detuvo D. Benigno su voz y sus manos, como alelado, y preguntó: ¿Y ella? No quiso oírme. Mi situación al salir de los Cigarrales era bastante desairada. ¿Y después? He pensado que por negligente y confiado perdí la partida. ¿Y qué hay en usted ahora? Resignación. De modo que si yo no existiera....

V. m. se sirva de oirme un rato por este discursillo, y decirme lo que siente, y pasar la pluma como tan buen crítico, por lo que fuere digno de asterisco; que siendo V. m. el que mas a ilustrado la poesia comica en España, dandole la gracia, la elegancia, la valentia y ser que oi tiene, nadie como V. m. podria ser el verdadero censor, etcLope de Vega.