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Pero el aya, que ya había previsto ese movimiento, lo retuvo del brazo diciéndole: Dominad vuestra indignación, señor; si salís de esta pieza antes de oírme hasta el fin, nada podrá salvaros del deshonor y de la cárcel.

¡Mentira, calumnia! exclamó el intendente. ¡Chist! murmuró el aya , acordaos de vuestra promesa. Yo también creo que se trata de traicionaros a fin de que vos solo carguéis con la pena de un delito que la ley castiga con cinco años de presidio. Quiero salvaros por gratitud, por abnegación. ¿Quién puede haberos revelado cosas semejantes? ¿No lo adivináis?

Me estáis desgarrando el alma, señora... y... no os comprendo... arrostráis un sacrificio al casaros conmigo... todo lo indica en vos; y cuando quiero salvaros, si es posible, á costa mía de ese sacrificio... ¿me preguntáis no sólo si os amo, sino si amo otra? Son las tres de la mañana dijo doña Clara y sus majestades esperan; concluyamos ó volvéos libre, ó seguidme.

Vuestra esposa me llevó inocentemente á las cocinas... yo aderecé la perdiz... pero en el momento que estuvo servida, me fuí á vuestro aposento y dije á vuestra mujer... «salváos...»; la dije que podíais ser preso... y en esto fuí hombre de bien, porque pudiendo salvarme solo, quise salvaros también.

Me debéis la voluntad... si yo he podido salvaros, ese poder no añade ni un quilate más á la voluntad; esa misma voluntad de salvaros la ha tenido doña Clara. Vos sois más hermosa... vuestro amor más ardiente. Ya que os amo, don Juan, no procuréis perder mi aprecio. ¡Vuestro aprecio! por cierto.

¡Eh! ¡vive Dios! ¡don Francisco! dijo deteniéndose de repente el embozado que adelantaba ; ¿así queréis tratar á quien viene á salvaros? ¡Ah! ¡por mis pecados! ¿conque eres , Francisco de Juara? dijo todo admirado Quevedo . ¡Milagro patente que hagas una buena acción! Me conviene. Os tengo cogida una palabra. Cógeme primero á , y sácame de este atollo. A eso vengo, y por vos esperaba.

A lo que doña Guiomar respondió, mirándole no tan ceñuda ya, ceño fingido, que si ella hubiera mostrado lo que sentía en el alma en el semblante, por bien hallado y dichoso hubiérase dado él: Cortés sois, bien nacido parecéisme y bien criado; dejadme que me asombre de veros en mi presencia, entrado aquí como un salteador pudiera entrarse, y sin más disculpa que la de la necesidad que habéis tenido de salvaros de ser preso.

Nadie lo buscará allí, y por más que busque y haga vuestra enemiga, jamás encontrará el testimonio de su crimen. ¿Daros ese documento, mi sola arma contra su maldad, mi seguridad, mi fuerza? dijo entre dientes el intendente, con sonrisa irónica . No, no, ese tesoro no se separará de . Os lo suplico, Mathys dijo la viuda pálida y temblorosa . Dejadme salvaros. ¡Ah!

Y si me prenden, ¿quién llevará á la hermosa doña Clara á que vea por última vez á su hermoso don Juan? ¡Está con ella! , con Dorotea. ¡Mentira! Aún tendréis un manto fuera de esos baúles; aún os quedará valor; ese valor que hace pocas noches demostrásteis para salvar á la reina, para venir á salvaros á vos misma; yo os guiaré. ¿Dónde están ellos?

No me neguéis el único medio de salvaros de las celadas de vuestros enemigos. El intendente, engañándose respecto a la agitación del aya, le dijo con el tono de una resolución irrevocable: Vamos, Marta, estáis exagerando el peligro que me amenaza. En todo caso, la firma de la condesa es un medio infalible de defendernos victoriosamente contra sus proyectos perversos.