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Despacha, hijo, y ven y entendámonos. Francisco de Juara se separó de la litera y dió algunas órdenes en voz baja y rápida. Luego, á obscuras, entró en la litera, se sentó á tientas al lado de Quevedo, cerró la portezuela é inmediatamente ésta se puso en marcha. ¿Quién ha armado todo esto? dijo Quevedo. Una mujer que os ama.

Que á las pocas calles encontró un alcalde rondando, y que por de prisa que llegaron al lugar de la riña, encontraron á los delincuentes huidos y al señor don Rodrigo mal herido y desmayado y abierta la ropilla como si hubiese sido robado, rodeado de los criados del señor duque de Lerma, que habían acudido con antorchas; que trasladaron al señor don Rodrigo á la casa del señor duque, y puesto en un lecho y llamado un cirujano, el alcalde tomó declaración indagatoria bajo juramento apostólico al declarante; y á los criados del duqueEsta, excelentísimo señor, es la declaración de Francisco de Juara tomada por , y á cuyo pie el declarante ha puesto una cruz por no saber firmar.

En efecto, la quinta del conde de Lemos era una hoguera. Oblíganme dijo Quevedo , malo me hacen culpas ajenas; la maldición me sigue; pero pica, Juara, pica, que me importa llegar á Madrid cuanto antes. Pero calla, que oigo los cuartos de un reloj da la villa que nos trae el viento. ¡Las nueve! dijo Juara. Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas las puertas; enderecemos á la de Segovia.

¿Y dinero para todo eso? Ya se te dará. ¿Y para cuándo ha de estar todo preparado? Para las doce de la noche. Estará. Pues adiós, que me importa no perder tiempo. Quede vuesa merced con Dios. Juara se alejó, y Quevedo se metió en el alcázar y se encaminó en derechura á la habitación de doña Clara Soldevilla. Doña Clara se ocupaba en arreglar su equipaje, cuando entró en su cuarto Quevedo.

«...Preguntado Francisco de Juara, lacayo del señor conde de La Oliva dónde había estado esta noche desde su principio y con qué personas había hablado, dijo: que al principio de la noche, su señor le mandó seguir á un embozado; que habiéndole seguido, el embozado se entró en el zaguán de las casas que en esta corte tiene el excelentísimo señor duque de...» Adelante.

Pero de repente, al volver una esquina, hétenos á la tapada asida de un embozado. ¿Lluvia y tinieblas? ¿tapada y embozado?... buscona adobada y pollo que miente gallo. Más alto debe picar, porque don Rodrigo me dijo: Juara, lance tenemos; estocadas barrunto. Espada de gavilanes traigo y daga de ganchos. No se trata de que me ayudes... ¡para un hombre otro hombre! ¡Aventura con milagro!

Ya veis que si no es por no escapáis, y que he ganado bien todo el dinero que queráis darme, y á más mi compañía de los tercios de Nápoles. Rico serás y capitán, Juara, y perdónenme los soldados á quienes en ti tal capitán he de darles. Tendrán en una cabeza valiente.

¡Eh! ¡vive Dios! ¡don Francisco! dijo deteniéndose de repente el embozado que adelantaba ; ¿así queréis tratar á quien viene á salvaros? ¡Ah! ¡por mis pecados! ¿conque eres , Francisco de Juara? dijo todo admirado Quevedo . ¡Milagro patente que hagas una buena acción! Me conviene. Os tengo cogida una palabra. Cógeme primero á , y sácame de este atollo. A eso vengo, y por vos esperaba.

Y Juara entre tanto se ponía apresuradamente unas medias y unos zapatos que le había dado el ventero. Saca los caballos dijo á este último Juara , y toma un ducado. El ventero tomó la moneda y sacó dos caballos. Quevedo y Juara montaron y se encaminaron á Madrid. ¡Oh! ¡y cómo arde la quinta! dijo Juara no entráis en parte donde no hagáis daño.

¡Alto allá! dijo de repente una voz robusta en el camino. Dejó Quevedo de pensar para poner su atención en lo que pasaba fuera, y oyó que algunos hombres hablaban amigablemente. Ha llegado, por lo que veo dijo Quevedo , la hora de la entrega, y pronto llegará la de la presentación. Si ese Juara no me engañase... si ese Juara me sirviese... y estoy más indefenso que un ratón cogido en trampa.