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Actualizado: 6 de septiembre de 2024
Sí, porque creerás que ahora mismo no te anda rondando.
Y andan por ahí diciendo que estuvo usted rondando por el hotel toda la noche, y que se paseó por aquellos corredores y subió y bajó las escaleras, y como alma en pena vagó por aquella plaza, ¡y todo ello inútilmente! Otro amigo no menos generoso y compasivo, vertió nuevo bálsamo en las heridas del chasqueado galán.
Sé quién eres, pequeño decía . La semana pasada te vi rondando por estos sitios. ¿Diste al Señor mi recado? ¿Qué es lo que contestó? Las más de las veces los ángeles permanecían silenciosos ó balbuceaban palabras sin ilación, como niños bien educados que no quieren decir cosas desagradables á una señora. ¡Pero
¡Cuántas veces están jurando adhesión a sus patrones y ya tienen oculto dentro de un mueble al amigo que va a dar el golpe! ¡Y luego son los más empeñosos en llamar a la policía y darle cuenta del hecho, suministran datos y noticias, sospechan que al ladrón lo han visto rondando la casa y que es de este porte y del otro!
Con esos veinte pesos, o quince, o diez, o menos, que eso ganará, porque usted no peca de pródigo, no le alcanzará para comprarse un par de botines. Cuando más para sostener ese lujo de corbatas chillonas con las cuales anda tan majo, rondando la casa de la señorita Fernández.... Le oía yo desde la otra pieza, y sin embargo, me sonrojé.
Pues yo le he visto rondando esta calle. Sí, señora, le he visto. No me lo niegues. ¡Tú tienes tratos con él, tú le has hablado, tú le has dado cita aquí!... Clara no había visto nunca á Elías tan encolerizado contra ella. Las inculpaciones que le hacía ofendieron tanto su inocencia, que en aquel momento sintió lo que nunca había sentido: una secreta aversión hacia aquel hombre.
Pero al llegar á la casa esperaba á Lázaro una sorpresa que había de hacerle olvidar su discurso, á su tío y á la Fontana. Al entrar, ya cercano el día, encontró á doña Paz muy alborotada, á Salomé rondando la casa con luz, y á las dos tan coléricas y destempladas, que no pudo menos de reír á pesar del estado de su espíritu. ¡Gracias á Dios que viene usted!
No menos excitado y estupefacto ante estos hechos se hallaba Raúl de Mengis, quien se dedicó en los primeros momentos de su caída a estudiar las causas de las bruscas variaciones que acusan los barómetros femeninos, dándose luego a observar lo que pasaba a su alrededor con la penetración y perspicacia de un diplomático, hasta que un día el conde, a últimos de mayo habiéndole visto ganar en favor tanto que le creyó en el apogeo de la dicha, preguntole cómo le iba con Antoñita, a lo que Raúl respondió sin rodeos: De tal modo me va, querido tío, que a mi juicio, si me ha obligado usted a hacer un viaje de ochocientas leguas para casarme en la calle de Angulema, creo que ha sido inútilmente; debo manifestarle con toda franqueza que renuncio generosamente a la mano de una Isabel que todas las mañanas tiene rondando al pie de sus balcones un Leandro como Felipe y un Lindoro como Amaury.
-Los dos se comprometieron a obedecerme ciegamente. Al otro día le hablé al capataz. Le dije que, efectivamente, habíamos estado en un pontón presos por cuestiones políticas; que habíamos visto rondando la finca a uno de la policía inglesa, y que teníamos que marcharnos. Añadí que estábamos muy contentos de su acogida y que le suplicábamos que, si le preguntaban algo de nosotros, no dijera nada.
Han tenido la suerte de que Joaquín no hubiera andado rondando por ahí esta noche. ¿Dónde estaba? preguntó el juez. Conmigo contestó Magdalena. ¡Dios me valga! Trota a mi lado, por la noche, como si fuera un fiel esclavo.
Palabra del Dia
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