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Actualizado: 21 de junio de 2025
¡Jesus! decía la buena devota á Capitana Tikâ; ¡esa pobre muchacha creció aquí como un hongo sembrado por el tikbálang!... La he hecho leer el librito en voz alta lo menos cincuenta veces y nada se le queda en la memoria: tiene la cabeza como un cesto, lleno mientras está en el agua. ¡Todos, de oirla, hasta los perros y los gatos, habremos ganado cuando menos veinte años de indulgencias!
Sucedíale algo de lo que al jugador que, acostumbrado á poner grandes cantidades á una carta, mira con aversión el corto salario que en la sociedad le proporciona el ejercicio de su profesión. En fuerza de meditar sobre su situación concluyó por tirar su cesto á la mar; y sin otras armas que su ligereza de manos y de pies, se lanzó á lo sublime del arte.
Buscó en su cesto de provisiones lo que le pareció más exquisito, depositándolo á puñados sobre su chaqueta para que comiesen los dos amantes refugiados en sus pliegues.
Pero atravesamos, por el contrario, un ancho trozo de bosque lleno de quintas con sus jardines floridos, sobre los que notaba el tibio perfume de las resedas, de los heliotropos y de las rosas. El paseo era delicioso, a pesar del peso del cesto, que nos aserraba el brazo a Gerardo y a mí, torpes para llevarlo a causa de nuestra inexperiencia.
Empezó luego a registrar los pliegues de su blusa entre extrañas contorsiones y muecas. Después de algunos momentos, sacó de Dios sabe dónde un delantal de niña, que colocó sobre el cesto, diciendo: Olvidar una pieza lavadero. Y comenzó de nuevo su registro. Por último, el éxito coronó al parecer sus esfuerzos; sacó de su oreja derecha un pedazo de papel de seda pacientemente arrollado.
La guerra tiene igualmente sus cosas buenas... Pero con el deseo de que no se perdiesen las buenas costumbres, anunció que subiría una vez más por la escalera de servicio para llevarse un cesto de botellas... Doña Luisa, después de la marcha de su hermana, iba sola á las iglesias, hasta que de pronto se vió con una compañera inesperada. Mamá, voy con usted...
Podía saberlo su Marcelo: ¡qué horror!... Pero el español consideraba denigrante salir de allí sin llevarse algo, y á falta de dinero, cargaba con un cesto de botellas de la rica bodega de Desnoyers. Todas las mañanas entraba doña Luisa en Saint-Honorée d'Eylau para rogar por su hijo. Apreciaba esta iglesia como algo propio. Era un islote hospitalario y familiar en el océano inexplorado de París.
Por fin, un día en que Ramiro llegó a sentir de modo insufrible el tormento del hambre, el anciano misterioso acertó a pasar a la hora del anochecer, llevando por delante, sobre la silla, un cesto pequeño lleno de hogaza y una ristra de cebollas colgada del hombro. Ramiro caminó hacia él, exclamando: ¡Dadme, por Dios, una cebolla y un poco de pan! El hombre prosiguió su camino.
Junto á sus hombros se extendían en doble ala varias señoritas huesudas, con las trenzas anudadas en forma de cesto, imitando el peinado de las emperatrices y grandes duquesas... Detrás se erguía la compañera virtuosa y prolífica, aventajada por los excesos de una maternidad de repetición. Ferragut contempló largamente á este patriarca guerrero.
En las minas, y en las fábricas que las rodean, hay trabajo para los niños en cuanto pueden sostener en la cabeza un cesto con un poco de tierra. Los ochavos que ganan así los hijos de los pobres son en Matalerejo la semilla de la avaricia arrojada en aquellos corazones tiernos: semilla de metal que se incrusta en las entrañas y jamás se arranca de allí.
Palabra del Dia
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