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Los visitantes de Julio, jóvenes melenudos que hablaban de cosas que ella no podía entender, eran algo descuidados en sus maneras... Más adelante encontró mujeres ligeras de ropas, y fué recibida por su hijo con mal gesto. ¿Es que mamá no le permitiría trabajar en paz?... Y la pobre señora, al salir de su casa todas las mañanas, iba hacia la rue de la Pompe, pero se detenía en mitad del camino, metiéndose en la iglesia de Saint-Honorée d'Eylau.

Podía saberlo su Marcelo: ¡qué horror!... Pero el español consideraba denigrante salir de allí sin llevarse algo, y á falta de dinero, cargaba con un cesto de botellas de la rica bodega de Desnoyers. Todas las mañanas entraba doña Luisa en Saint-Honorée d'Eylau para rogar por su hijo. Apreciaba esta iglesia como algo propio. Era un islote hospitalario y familiar en el océano inexplorado de París.

Y de todas estas fiestas volvía trémula de fe, esperando un milagro semejante al que había realizado la santa de París ante las hordas invasoras de Atila. Doña Elena también visitaba las iglesias, pero las más cercanas á la casa. Su cuñado la vió entrar una tarde en Saint-Honorée d'Eylau.

Al verlas salir juntas hacia Saint-Honorée d'Eylau, don Marcelo se indignaba algunas veces. Están jugando con Dios... Esto no es serio. ¿Cómo puede atender unas oraciones tan contrarias?... ¡Ah, las mujeres! Y con la superstición que despierta el peligro, creía que su cuñada causaba un grave mal á su hijo.