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Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América muchos pueblos que estén como el argentino, llamados por lo pronto a recibir la población europea que desborda como el líquido en un vaso? ¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así no más!

Lo que has de hacer, hijo, es encomendarte a Dios allá en tu corazón, y espera que éstas, que no quiero llamarlas profecías, sino adivinanzas, han de suceder presto y prósperamente; que, pues la buena de la Camacha las dijo, sucederán, sin duda alguna, y y tu hermano, si es vivo, os veréis como deseáis.

Demás de quatro mil salmas pasaba, Que otros suelen llamarlas toneladas, Ancha de vientre y de estatura brava: Asi como las naves que cargadas Llegan de la oriental india á Lisboa, Que son por las mayores estimadas. Esta llegó desde la popa á proa Cubierta de poetas, mercancia De quien hay saca en Calicut y en Goa.

Era como estar en el Circo entre fieras, y llamarlas, azuzarlas, pincharlas.... ¡Mejor! así debía ser». El Magistral había sido desde el principio de la batalla entusiástico partidario de la declaración. «Era el valor, la voluntad enérgica, la afirmación del imperio, una aventura teológica, parecida a las de Alejandro Magno en la guerra y las de Colón en el mar».

Los principiantes no deben fiarse en las dósis miasmáticas, imponderables, infinitesimales, dinamizadas, como quieran llamarlas, sin estar antes convencidos por mismos de su eficacia en los casos en que la accion del medicamento esté en relacion con la enfermedad. La última ilusion que les abandona, es la que les hace recordar el gran poder curativo de las dósis fuertes.

Suárez me miró con sorpresa y respondió con acento mitad afectuoso, mitad despreciativo: ¡No se apure usted, buen hombre! Déjelo usted correr, que ya parará. Me han dicho por ahí que le gusta a usted esa morena. ¿No le gusta a usted? Pues corriente. A ; porque es una mujer castiza, ¿sabe usted? de esas que al llamarlas dicen con la mano ¡vuelvo!

Por ahora, las «morochas» del pueblo se contentaban con llamarlas «esas orgullosas de Itualde». ¡Y había que ver con cuánto menosprecio las calificaban de «orgullosas», sabiendo que no eran ricas!... Poco les importaba a ellas este menosprecio, con tal de que las habladurías no pasaran a mayores...

Hay allí caras de reinas, de monjas, de doctores, de ascetas, de guerreros, de prelados, etc., todas ellas dibujadas con tal energía, gracia de estilo y nobleza de expresión, que Alberto Durero se honraría con llamarlas suyas.