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Actualizado: 27 de julio de 2025


Cuando la cena estuvo pronta, condujo éste a los huéspedes a un salón tan grande como la cocina, pero no tan amueblado. Allí estaba preparada la mesa. Era alta, de tijera, y supongo que tallada, porque lo estaban, hasta con escudos y motes, los dos bancos de respaldo a ella adjuntos.

Tenía hacía diez años una cocinera que le daba de comer á su gusto y Clementina se la llevó, á fuerza de dinero, y cuando sus amigos la felicitaban por su delicada cocina, ella respondía: "¿Qué quiere usted? No ha podido permanecer en casa de Roussel, porque no pagaba jamás sus gastos.

Sacáronla del encierro al día siguiente temprano, y al punto se puso a trabajar en la cocina, sumisa, callada y desplegando maravillosas actividades.

Encerráronse allá los dos; y mientras andábamos en la salona los de siempre, de aquí para allí y en derredor del brasero, sin saber qué decirnos ni en qué sitio ni para qué detenernos ni sentarnos, oía yo cómo iban pasando desde la escalera gentes y más gentes hacia la cocina, donde continuaba el gigante consternadón y arrimado a la lumbre, pero con muchas ganas de cenar.

Componíase la vivienda de dos piezas separadas por una estera pendiente del techo: a un lado la cocina, a otro la sala, que también era alcoba o gabinete, con piso de tierra bien apisonado, paredes blancas, no tan sucias como otras del mismo caserón o humana madriguera. Una silla era el único mueble, pues la cama consistía en un jergón y mantas pardas, arrimado todo a un ángulo.

En la cocina había ecos de la alegría del comedor; Pepa y Rosa cuando entraban con los platos venían sonriendo todavía al espectáculo que dejaban allá dentro; en toda la casa no había en aquel momento más que un personaje completamente serio: Pedro el cocinero.

Entonces, permítame usted que lo dude, porque hasta las dos estoy siempre en la cama. ¡Oh, hasta las dos! exclamaron varios. Eso ya es una exageración, Fuentes dijo la marquesa de Alcudia. Pero es una exageración aristocrática, marquesa. ¿Quién se levanta primero en Madrid? Los barrenderos, los mozos de cuerda, los pinches de cocina.

Vacilaba como si tuviese miedo á parecer importuno, pero añadió: Te aconsejo que no intentes ese viaje. cómo piensan nuestros hombres: no cuentes con ellos. Hasta el tío Caragòl, que sólo se ocupa de su cocina, te criticará... Tal vez te obedezcan porque eres el capitán, pero cuando bajen á tierra no serás dueño de su silencio... Créeme: no lo intentes.

En esta cocina adornaban las paredes varias jaulas de perdices, puestas sobre repisas, escopetas y otras armas, y algunas cabezas de ciervos, lobos, zorros, tejones y garduñas, muertos por D. Acisclo. En el piso bajo había casi tanta habitación como en el principal; y, si se contaba con el patio con toldo, había más. Allí se vivía durante el verano.

¡Pues está bueno! repuso la madre : ¿para quién me paso yo hilando los días y las noches? ¿No es para ti y para tus hijos? ¿Quieres que sea como el sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo? En este momento se presentó Momo a la puerta de la cocina.

Palabra del Dia

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