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Y la muchacha, como si estuviera hilando un capullo, agarraba estos cabos sueltos de su memoria y tiraba y tiraba, recordando todo lo de su existencia que tenía relación con Tonet: la primera vez que lo vió, y su compasiva simpatía por las burlas de las hilanderas, que él soportaba cabizbajo y tímido, como si estas arpías en banda le inspirasen miedo; después, los frecuentes encuentros en el camino y las miradas fijas del muchacho, que parecían querer decirla algo.

Una, ya vieja, esta hilando en rueca de torno: con la mano izquierda da vueltas a la rueda, cuyos radios parecen hacer vibrar el aire: en la diestra sostiene el huso, mientras vuelve naturalmente la cabeza para hablar con una compañera que al tiempo de alejarse sujeta un pesado cortinón.

En la ventana de la cabaña estaba una mujer hilando: su peinado y el corte de sus vestidos reproducían con una exactitud teatral, la imagen de esas heladas castellanas de piedra que vemos acostadas encima de los sepulcros. Aquellas gentes no eran de aspecto vulgar: tenían en el más alto grado esa apariencia fácil, graciosa y grave, que llamamos aire distinguido.

La tía María estaba hilando al lado derecho de la chimenea; sus dos nietecitas, sentadas sobre troncos de pita secos, que son excelentes asientos, ligeros, sólidos y seguros. Casi debajo de la campana de la chimenea, dormían el fornido Palomo y el grave Morrongo, tolerándose por necesidad, pero manteniéndose ambos recíprocamente a respetuosa distancia.

En este sentido, yo tambien se lo estoy. ¡Qué curioso seria escribir una biografía, cogiendo el hilo de aquella existencia tan movible y tan ávida, y seguir hilando hasta dar con el fin de la revueltísima madeja!

Quisiera poder partir yo también, añadió Constanza, mirándole á través de sus lágrimas y sonriéndose tristemente. Pero en tiempo de guerra sólo nos está permitido consumirnos de impaciencia entre los muros de una fortaleza, hilando ó bordando, mientras que allá, en los campos de batalla... ¡Ah, de qué sirvo yo en este mundo!

Pensaba en Hércules vestido de mujer, hilando su rueca. El amor á la familia le había hecho renunciar á su vida de varón poderoso. Sólo el trato de su esposa, que le rodeaba de asiduos cuidados, como si quisiera compensarse con esto de las largas separaciones, le hizo llevadera la situación.

¡Pues está bueno! repuso la madre : ¿para quién me paso yo hilando los días y las noches? ¿No es para ti y para tus hijos? ¿Quieres que sea como el sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el hilo? En este momento se presentó Momo a la puerta de la cocina.

Afortunadamente, aparecióseme de pronto una hada vieja, hilando en cuclillas arrimada al quicio de su puerta, le expuse mi deseo, y como aquella hada era muy poderosa, no necesitó más que levantar la rueca, y alzose al punto ante , como por arte de magia, el convento de las huérfanas.

Después de la cena se reunían todos en casa del padre, y mientras los cuatro hombres, sentados en tajuelas frente al fuego, departían gravemente sobre la faena del día siguiente, la madre y la hija, hilando un poco más allá, no perdían de vista á los niños que correteaban por la vasta cocina. Al cabo se rezaba el rosario.