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De lo contrario, si averigua que le desobedecí y puse la planta en las tierras de Clinton, no escapo sin una encerrona atroz y lo menos una semana de rueca y tapicería. Si el barón me interroga no le contestaré. ¡Cómo! Pero es que tendréis que contestarle. Y asegurarle lo que os he dicho, ó lo pasaré muy mal.

Porque el viento hace temblar sus nidos de barro. Y buscan en los estanques el reposo apetecido. Cuando la viuda de la aldea se arrodilla sobre los hilos que se desprenden de su rueca. Pagando con el rezo su tributo a los muertos: Siento en mi pecho un canto sonoro, que no es del goce de la vida. Ni es producido por los recuerdos de mi infancia.

Afortunadamente, aparecióseme de pronto una hada vieja, hilando en cuclillas arrimada al quicio de su puerta, le expuse mi deseo, y como aquella hada era muy poderosa, no necesitó más que levantar la rueca, y alzose al punto ante , como por arte de magia, el convento de las huérfanas.

Pues bien; toma la rueca y trabaja noche y día, porque millares de jóvenes esforzados se acuestan en la nieve... Han combatido con ardor... Han cumplido con su deber, ; pero no ha llegado la hora... ¡Ahora los cuervos se disputan sus despojos!

A una de ellas concurría a menudo la hija del Topero, con su correspondiente rueca bien cargada de lino, bajo el roquero pinto con lazos y lentejuelas, y si Pepazos no se dejaba ver en aquella tertulia con igual frecuencia que Tanasia, bien sabía Dios que consistía en lo vergonzoso que él era delante de la mozona y con testigos que ya estaban en el ajo de sus deseos; pero iba alguna que otra vez para dar aquel regalo a sus ojazos mortecinos, y esas noches eran las únicas que faltaba de la cocina de la casona.

Al mismo tiempo una muchachota con las piernas desnudas, una rueca en la mano y llevando el antiguo vestido del país y la cofia ducal de las paisanas de esa región, franqueó rápidamente el foso; espantó, al pasar, algunos carneros, cuya pastora parecía, y vino á plantarse con cierta gracia sobre el estribo, presentándonos en el cuadro de la portezuela su fisonomía bronceada, resuelta y sonriente.

Demetria, abre y dame un poco de agua, que tengo sed y estoy rendido dijo Nolo con vozarrón de falsete. ¡Pobrecillo! ¿Por qué no le hemos de abrir? exclamó Felicia. Y levantándose de su tajuela y con la rueca sujeta á la cintura á guisa de lanza, se dirigió á la puerta y la abrió. ¡Nolo!... Pero ¿eres ?... ¡Cómo habíamos de pensar!...

Cristela paró la rueca, suspiró, y repuso, con más tristeza que amargura: ¿Para qué te sirve entonces tu sabiduría, Bob? ¡Linda cosa es ser sabio! Bob se sonrió, tirose de la larga barba blanca, como acostumbraba, y dijo: Ser sabio... es tener el derecho de equivocarse.

Y Dios bendijo la unión de los reyes Fénix e Isaura, colmándoles de hijos y prometiéndoles una vida tan larga que, si no han muerto han de vivir todavía. Observando la felicidad de sus hijos Cristela llegó a ser una viejita muy pulcra, que hilaba para sus nietos de la mañana a la noche en una rueca de plata. Mientras hilaba inventó un aforismo que haría enseñar en todas las escuelas del reino.

Una niña de diez o doce años había dejado su rueca para tapar las piernas del enfermo con un trozo de alfombra vieja que le servía de manta. Dos o tres niños indiferentes a aquel espectáculo, jugaban sobre el umbral de la puerta a los rayos del sol poniente, con una alegría tan llena de franqueza y de despreocupación, que se me oprimió el corazón.