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Tuvo una encerrona con su tío y mayordomo, que había sido nombrado vicepresidente de la Academia de Bellas Artes, agregada a la Sociedad Económica de Amigos del País, y de aquella conferencia resultó el acuerdo, porque allí todo eran panes prestados, de que Minghetti continuaría en el pueblo en calidad de director de la Sección de música en la citada Academia.

Además, yo no quiero que te me vayas a hacer monja o beata, y con la encerrona y ese carácter de ángel que Dios te ha dado, vendrías a parar en eso. Felizmente, hasta ahora, no te ha dado por ahí, pero puede darte, y entonces, ¿qué sería de tu madrecita? ¡Conque, al baile y a pescar novio! Otras exhortaciones, de buen fondo, pero disparatada forma le hacía, comiéndosela a besos.

Al cumplirse el novenario de la encerrona, que algo tenía de arresto, doña Anuncia se presentó tranquila, digna, severa a leer la sentencia. «No le faltaría a la hija de la bailarina ¿quién dudaba ya que la modista había bailado? no le faltaría una cama en el palacio de sus mayores; pero ellas, las tías, no tenían qué poner a la mesa; todo lo había comido la niña». Ana escribió a Frígilis.

Los de Gallarta, en cambio, no sabían quién era aquel contendiente desconocido. Cuando la gente de Azpeitia iniciaba el reto, estaba segura indudablemente de la superioridad de su barrenador. Aquello parecía una encerrona: había que ser prudentes.

Ese marquesito, o lo que sea, vino aquí un día y estuvo de visita con ella un cuarto de hora. Volvió a la semana siguiente, y la encerrona fue más larga, ¿te enteras? Después siguió viniendo cada tres o cuatro días. ¡Oh, cómo se le conoce en la cara a esa berganta, cuando le espera, cuando tarda, cuando no ha de venir! eres un simple y no ves nada.

Con la salud nueva sentía Emma esperanzas locas de no sabía qué deleites; y a tanto llegó esta fuerza expansiva, que aquellos mismos placeres secretos de su retiro voluntario, llegaron a parecerla insuficientes, no saciaban su sed de emociones extrañas; y, entonces, rompiendo la crisálida de su encerrona, determinó salir al mundo, no sin cautela, no sin disimulos, en busca de aventuras de que no había de dar cuenta a los parientes, procuradas entre misterios que las había de hacer más sabrosas.

A estas expresiones de ternura, mezcladas de burla cariñosa, la monja no contestaba ni siquiera con una mirada. Y la otra seguía: «¡Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!... Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto!

Después acabé de amurriarme, viendo desde un cuarterón de la solana cómo iban espesando los copos y desapareciendo todos los montes entre las espesas veladuras que bajaban del cielo. ¡Otro temporal en perspectiva y otra encerrona como la pasada! Cuando volvió Facia con el brasero chisporroteando, entró mi tío detrás de ella. Iba a hablar conmigo de la nevada que estaba encima.

Entró un comisario, seguido de los Machut, padre e hijo, los cuales no vacilaron en compararme con el más vil de los animales. El comisario cogió mis papeles y me invitó a seguirle; Elisa lloraba y se arrojaba a los pies de su papá; yo contemplaba esta escena bíblica con un estupor ridículo. ¡De súbito lo comprendí todo! ¡Había caído en una encerrona!

De lo contrario, si averigua que le desobedecí y puse la planta en las tierras de Clinton, no escapo sin una encerrona atroz y lo menos una semana de rueca y tapicería. Si el barón me interroga no le contestaré. ¡Cómo! Pero es que tendréis que contestarle. Y asegurarle lo que os he dicho, ó lo pasaré muy mal.