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Mandóle entonces abrir de par en par las dobles puertas de ambas ventanas, y la luz entró a torrentes y el aire fresco a raudales, juguetón como un niño, acariciando los blancos cabellos del enfermo, trayéndole, como un nietecillo cariñoso sus presentes, el olor a búcaro de la tierra cubierta de rocío, el sano perfume de las montañas, el alegre trinar de los pájaros, el solemne acento de la campana de la iglesia, que parecía repetir en su oído como una amorosa voz de lo alto: ¡Ven! ¡Ven!... ¡Qué necios temores los suyos! ¡Qué espantos tan ridículos los de la noche! ¡Morir! ¿Quién piensa en morir cuando nace el día, y sube el sol por el azul de un cielo tan bello, y se divisan a lo lejos las montañas verdes, floridas, doradas por resplandores tan alegres y risueños?...

Enseñáronme a cantar las aves, con su trinar, con su rumor, las cascadas; y en sus playas dilatadas, los murmullos de la mar. Mientras en la infancia mía pude a tu sol sonreír, dentro de mi pecho hervir volcán de fuego sentía; vate fuí, porque quería con mis versos, con mi aliento, decir al rápido viento: "¡Vuela; su fama pregona! ¡Cántala de zona en zona; de la tierra al firmamento!"

Para un inteligente de los que se sientan embozados en la escalerilla del paraíso del Teatro Real, es posible que no fuese la cantante un prodigio de maestría en el atacar, filar y trinar las notas; mas para los que no se ven atormentados por escrúpulos filarmónicos, puede afirmarse que cantaba muy bien y que poseía especialmente una voz hechicera, de timbre apasionado que llegaba hasta lo profundo del alma.

Parecía que en su alma, como en alegre selva iluminada de repente, empezaran a trinar y a saltar mil encantadores pajarillos. ¡De tal modo se le anunciaban las necesidades satisfechas, los goces cumplidos, las deudas pagadas y otras satisfacciones más, traídas por la soberana virtud del oro!

¿De que sirve que cubran tus campos tantas flores, que en tus selvas se oiga al pájaro trinar, si el aire que trasporta sus cantos, sus olores, en alas también lleva quejidos y clamores que el alma sobrecogen y al hombre hacen pensar?

Paseo arriba, paseo abajo, empezó a monologuear como todo el que espera: «Esto es levantarse con el sol; estoy convertido en pájaro; no me falta más que trinar..., todo se andará. ¡Cuánto tiempo hacía que no madrugaba!; desde que troné con la devota. ¡Buen catarro me hizo pescar en las Jerónimas! ¡Y qué habilidad tenía para entrar y salir en una iglesia sin que la conociesen!

Hablando de cosas superficiales, no le faltaba cierta charla vivaz, semejante al trinar del jilguero; pero apenas se tocaban asuntos serios, creíase obligada, por su papel de niña elegante y casadera, a encogerse de hombros, hacer cuatro dengues y mudar de conversación.

En competencia con ellas, las movedizas ratoncitas pululaban gorjeando vibrantemente y era interesante seguir el revoletear de cualquiera que, del barrote superior de una ventana, modulaba su trino y se descolgaba veloz hasta el pie de un rosal, donde cantaba de nuevo, para dirigirse como en una diligencia urgente a posarse de costado en la pata del catre en que dormía un peón, repetir allí su trinar aleteado y volar a un tirante del techo de la caballeriza, recorrerlo afanosamente, como un pesquisante tras del delincuente, aparecer por el otro extremo, mirando a todos los rumbos y partir, de pronto, en línea recta hacia la glorieta del jardín.