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Actualizado: 27 de junio de 2025
De nadie hacía caso. ¿Qué le importaba ser bonita si no existía el hombre a quien voluntariamente hizo dueño y señor de sus encantos? ¿Qué representaba para ella la juventud sino un por venir consagrado a sufrir recordando? Y la riqueza heredada de él, último beneficio que le debía, ¿qué era sino un motivo más para rendir culto a su memoria?
Tanto los sacerdotes regulares como los del clero secular confiesan que la masa del pueblo se halla aún sometida a la superstición heredada de los antepasados, la superstición que podría llamarse genuinamente filipina, la que proviene de las antiguas creencias en el nunu, el asuang y el anito y todos los espíritus de la antigua idolatría, anterior a la implantación del catolicismo por los misioneros españoles.
«La comida era de confianza, ya se sabía». Esto quería decir que el Marqués y la Marquesa, no prescindirían de sus manías y caprichos gastronómicos en consideración a los convidados; pero estos serían tratados a cuerpo de rey; la confianza en aquella mesa no significaba la escasez ni el desaliño; se prescindía de la librea, de la vajilla de plata, heredada de un Vegallana, alto dignatario en Méjico, de las ceremonias molestas, pero no de los vinos exquisitos, de los aperitivos y entremeses en que era notable aquella mesa, ni, en fin, de comer lo mejor que producía la fauna y la flora de la provincia en agua, tierra y aire.
El progreso, que vale para todos, pues los mismos que excomulgan o maldicen a la ciencia que lo ha producido, se aprovechan de sus resultados, disfrutando, desde luego, su parte de los quince años en que ha alargado la duración media de la vida, el progreso, por lo tanto, depende de las posibilidades mentales transmitidas y del ambiente que las desenvuelve, pues, la aptitud heredada sin la ocasión para manifestarse, es como si no existiera, y la ocasión tampoco puede despertar aptitudes que no existen.
Religiosa por superstición, devota por fe heredada, hipócrita por el qué dirán, e intransigente por decoro, adoraba la misa en que estrenaba un traje, la Semana Santa en que, tan guapa como el año anterior, pedía para los pobres, o la novena que autorizaba una cita.
Ya no forraba el martillo con bayeta, no, el hierro chocaba contra el hierro, el estrépito era horrísono. «Allí era él el amo, prueba de ello que su mujer había ido al baile: se había acabado el Paraguay, no más misticismo; una prudente piedad heredada de nuestros mayores y basta y sobra.
Pensaba con inquietud en el dinero recibido de su país á cuenta de la modesta fortuna heredada de sus padres. Algunos días, el buen sentido me dice que debo volverme á España, y deseo realizar inmediatamente este buen consejo. Por desgracia, hay ciertas cosas que me retienen aquí y quebrantan mi voluntad. Las conozco dijo Miguel sonriendo . La primera de todas, el amor.
El señor Rojas tuvo que abandonar la estancia heredada de sus padres, cerca de Buenos Aires, cuyo valor ascendía á varios millones.
Trabajillo cuesta el desprenderse de esta sarna moral, heredada, con la cual nace uno y con la cual vive hasta que llega la hora de la liberación». «¿Qué trae usted ahí entre ceja y ceja? ¿Saco la vara? le dijo Ballester con aquella dureza que era, según él, el más eficaz tratamiento . Porque hoy me parece que venimos muy evangelísticos. Cuidadito. Ya sabe usted cómo las gasto». Pégueme usted.
Desnoyers vió sobre una puerta un Cristo de marfil, amarillento por los años, tal vez por los siglos: una imagen heredada de generación en generación, que debía haber presenciado muchas agonías... En otra cueva encontró, en lugar ostensible, una herradura de siete agujeros.
Palabra del Dia
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