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Obedeció don Jacinto, no sin combatir enérgica y dolorosamente contra la amistad y contra la pura simpatía que María Antonia Fernández le había inspirado. Nada más natural; nada con menos premeditación y malicia que lo ocurrido después de esto. La envidia calumniaba a la joven marquesita de Montefrío, sin otra razón que la de ser ella rica e ilustre.
La marquesa viuda de Montefrío, prendada de las virtudes de D. Jacinto, y después de oír los consejos e informes del Padre Atanasio, su confesor, había decidido tomar a don Jacinto para yerno, casándole con su hija, la marquesita, heredada ya y señora de una renta anual de más de veinte mil ducados.
Se afirmaba que la marquesita era fea y tonta; pero prevaleció la razón de estado; todo se concertó pronto y bien, y D. Jacinto de la Mota era ya rico y marqués de Montefrío. Honda melancolía se apoderó del alma de María Antonia. Y sin embargo, ella se esforzaba por disculpar a su amigo.
Palabra del Dia
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