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Actualizado: 18 de junio de 2025


Gracias, Pinedito, gracias respondió el joven algo amoscado .Pues ya que he llegado a esa categoría, te ruego que no seas tan guasón. ¡Hombre, tampoco está mal eso! exclamó Pepa Frías con asombro . Ramoncito, va usted echando ingenio. El joven concejal fué a sentarse entre la niña de la casa y la menor de Alcudia, que se apartaron de mala gana para dejarle introducir su silla.

No tomemos a broma estas graves cosas, Sr. D. Luis dijo algo amoscado el que podremos llamar vencedor de Ceriñola , ni nos escandalice a la vecindad con sus aspavientos.

¿Querrás creer, chico repuso Enrique, dejándose engañar como muchas veces por el tono serio que comunicaba Miguel a sus palabras, que no se me había ocurrido?... Cuando Marmita me las mandó, tuve un verdadero alegrón... , , comprendo que habrá sido una de las más puras satisfacciones de tu vida. Enrique volvió a mirarle serio y amoscado, y continuó afeitándose.

Si por adeudarle mes y medio de pupilaje el patrón te ha dado quince bofetadas... ¿Fueron más o menos?... Mendoza, más amoscado y fruncido, no quiso contestar. Pongamos quincé... Si hubieses llegado a deberle año y medio, ¿cuántas bofetadas te hubiera dado? Me parece que el lance no es para reírse. Si no me río: es que soy muy aficionado, como sabes, a las matemáticas.

Algunas toses significativas de los oficiales, que se sentaban enfrente, le paralizaron de pronto. Pero no se corrió ni mucho menos. Era incapaz de avergonzarse por nada. El que quedó amoscado y se puso muy serio y ceñudo fue el alférez. Cuando el banquete daba a su fin, algunos caballeros, favorecidos de las musas, se levantaron a brindar en verso o cosa parecida.

Amaranta con sus majaderías le ha amoscado a usted. Tengo que ir a casa de la señora condesa de Rumblar. Eso es un desaire, Sr. D. Pedro. Dejar mi casa por la de otra. La condesa es una persona respetabilísima que tiene alta idea del decoro. Pero no hace vestidos para los <i>Cruzados</i>.

Maltrana, no diga disparates interrumpió Ojeda, algo amoscado . Aunque, en verdad, no por qué hago caso de sus afirmaciones. Mañana dirá usted todo lo contrario. Cada vez que hemos hablado en Madrid defendía usted una opinión diversa... Conozco esta enfermedad de la gente pensante.

Como si callaran; que nosotros, los probes, vamos por onde nos llevan, ¡y gracias que así y todo!... Conque ¡ea!, se agradece el osequio y la alabanza, y hasta otra. ¡Pero oye un momento!... No puede ser, que se me van las bestias, y temo que hagan alguna que me cueste los cuartos. ¿Lo ven ustedes? decía don Simón, muy amoscado, volviéndose hacia sus consejeros.

Yo, a bailar un tango o una-guaracha, mi queridín respondió, y diciendo y haciendo comenzó a saltar por la sala dando las castañetas hasta que se le cayó el sombrero y quedó al aire la piedra de lavar que tenía por cabeza. Los socios se tiraban por los divanes, de risa. Peña dejó escapar algunas frases de desprecio, y se retiró amoscado y desabrido.

Aquí el catalán soltó una carcajada sonora y brutal que dejó avergonzado al buen D. Nemesio. Bueno, señor; si usted no cree en su eficacia, nada hay perdido. Quedó un poco amoscado y tardó algún tiempo en hablar; pero al cabo de algunos minutos no pudo contenerse y volvió a pegar la hebra asándonos a preguntas. A dónde íbamos, de dónde éramos, qué profesión teníamos, etc.

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