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Este Libro de los muertos es, como otros que del mismo género se conservan, una serie de oraciones ó salmos, con que se proveía á los difuntos para que luchasen contra los tenebrosos poderes del Amente ó Infierno, los venciesen, y pudiesen volver á las regiones de la luz. Los escritos demóticos son pocos en la colección, al menos los descifrados hasta ahora.

Yo soy liberal; yo me batí en el último sitio como auxiliar, comiendo carne de caballo y pan de habas; yo tomaría el fusil otra vez, si volviesen los carlistas. ¿Pero aun crees , Luis, en esa leyenda de los jesuítas tenebrosos, cometiendo los mismos crímenes que ellos atribuyen á los masones?... Y Sánchez Morueta miraba con ojos compasivos á su primo, sin dejar de sonreír.

Ramiro se detuvo también, y su mano temblorosa reconoció que la moderna Sulamita había puesto en libertad «los cervatillos mellizos» del cantar. Allí se deshojó su doncellez, sobre aquellos escalones tenebrosos, donde dormía un olor sagrado de cirios y de incienso.

El temor de ser otra vez abandonados, de ver a sus defensores en retirada al llegar el día, les tenía mudos de espanto. Mientras tanto, comenzaba a nacer el día; el pálido crepúsculo se asomaba tras las negras cumbres; algunos rayos descendían hasta los valles tenebrosos, y media hora después se plateaban las brumas del abismo.

Pero lo singular es que ha entrado en mi alma, en estos días, un sentimiento tan hondo de humildad, que hasta de D. Casimiro me hallo indigna. Á solas conmigo he penetrado en el fondo de mi conciencia y me he perdido allí en abismos tenebrosos.

Desde la orilla de un manantial frío, miramos los montes nevados y podemos decir: «¡Esta agua baja de allá arribaPero si sale tibia, es, sin duda alguna, porque ha descendido, saltando de hueco en hueco hasta bajar á grandes profundidades, habiéndose calentado en esos conductos tenebrosos antes de salir á la superficie.

Algo como el hálito de otra presencia llegaba hasta él desde los sitios tenebrosos. Una hora pasó. La claridad caminaba sobre el muro frontero. Hacia la derecha otro ángulo del patio comenzó a iluminarse. Nuevo arco ornado de rosetas de piedra aparecía, y Ramiro, al mirar en aquella dirección, advirtió la forma de una mujer asomada como él hacia la noche. Era Casilda.

No dejó de tocar a ninguna puerta tras de la cual pudieran esconderse la vergüenza perdida o la perdición vergonzosa. Sus explicaciones parecían lo que no eran por el ardor con que las practicaba y el carácter humanitario de que las revestía. Parecía un padre, un hermano que desalado busca a la prenda querida que ha caído en los dédalos tenebrosos del vicio.

En el Perú, el año de 1605, en la Ciudad de los Reyes. Es una noche de fines de octubre. La ciudad duerme bajo el brillo de las constelaciones y sus campanarios se levantan, aquí y allá, más obscuros que la sombra. Luciérnagas y cocuyos enciéndense a millares encima de los huertos y atraviesan los árboles tenebrosos.

Una ola de armonía celeste llenó instantáneamente todo su ámbito llegando hasta los más tenebrosos rincones. Elena se sintió enajenada.