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Actualizado: 3 de julio de 2025
El monje, ese hombre cuya cara barbuda había visto en Inglaterra una vez, se había arrodillado, y estaba murmurando sus oraciones y pasando las cuentas del enorme rosario que colgaba de su cintura. Una mujer vestida de negro, con la cabeza cubierta con la santuzza negra que usan las mujeres de Lucca, había entrado sin hacer ruido, y estaba arrodillada a unos pocos pasos de mí.
Su marido, que no la hablaba y ya sospechaba algo, la encontró por la noche arrodillada junto a la cama en que sus dos hijitos dormían. Al otro día, después de empapar sus ropas en aguardiente, se acercó al fuego de una estufa. Alcanzaron a verla caer alzando los brazos, gritando en medio de la llamarada.
Pero créeme, sobrino; muchas veces me dan ganas de reír cuando veo a la gente arrodillada ante ellos.
Sal, muchacha; pide perdón a tu padre. El Vara de palo vio arrodillada a una mujer en el centro de aquel cuarto en el que nunca entraba, por miedo a recordar lo pasado. Su mirada fue de extrañeza. Después fijó sus ojos en Gabriel, como si no adivinase quién era aquella mujer. ¿Qué farsa había preparado su hermano?
No, no lo sabrá nunca. ¿Por qué le perdoné la vida sino para que fuera mi hijo? El teatro representa una celda; en el fondo, a la izquierda, habrá un reclinatorio, en el cual estará arrodillada LEONOR; se ve un crucifijo pendiente de la pared delante del reclinatorio LEONOR. Ya el sacrificio que odié mi labio trémulo y frió consumó... perdón, Dios mío, perdona si te ultrajé.
Arrodillada junto a una de las celosías vio una joven pálida con hábito del Carmen. No era una señorita; debía de ser una doncella de servicio, una costurera, o cosa así, pensó el Magistral.
Con los ojos dilatados de terror, púsose Lilí a su lado de un salto y levantó entre sus manos la lívida cabecita. Celestino le cogió en sus brazos y llevóselo apresuradamente fuera de la estancia. Quedó Lilí arrodillada en la alfombra, mostrando a su madre sus manitas ensangrentadas, tartamudeando con la opaca vibración de un terror sin medida: ¡Sangre!... Mamá... ¡Sangre!...
No le había visto más que los párpados, cargados de carne blanca. Debajo de las pestañas asomaba un brillo singular. Cerca del lecho, arrodillada, rezó algunos minutos la Regenta.
Los domingos, cuando iba a misa, solía contemplar a aquella muchacha morena del primer día arrodillada en el mismo sitio y ejecutando a la lectura del Evangelio la misma operación de levantarse y encender su hacha. Desde la puerta de la sacristía se la veía admirablemente. Esto se iba murmurando, por lo menos, en un grupo de mujeres cierto domingo al salir de la iglesia.
¡Ha muerto! ¡Esta noche he visto su entierro, y lo que juzgué un río era el mar que nos separaba! Calla entenebrecido. Nadie osa responder a sus palabras, y sólo se oye el murmullo apagado de un rezo. El caballero distingue en la oscuridad una sombra arrodillada a su lado, y se estremece. ¿Eres tú, Roja? Yo soy, mi amo.
Palabra del Dia
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