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Actualizado: 12 de junio de 2025
Estoy encargado de llevar a la señorita Elena al lado de su padre dije prontamente para destruir en el ánimo de aquella mujer la mala idea que tenía de Lacante. Sí, eso la consolará acaso, si su padre es un poco bueno para ella. ¡No ha sido muy mimada, la infeliz! La llegada de nuevos invitados me obligó a volver al salón. En seguida llegaron los sepultureros.
El médico dice que tiene una fiebre mucosa. Lamentable contratiempo para Lacante, pues es imposible llevarla al convento, donde no la recibirían en tal estado. Hay que tenerla en la casa y puedes figurarte qué trastorno interior. No se puede guardar en la casa una muchacha enferma sin que se note algo.
¿Qué importa que quede el fondo, siempre que no haya al exterior ni mal humor ni exigencias? Bueno es, por el contrario, que las muchachas tengan principios; así es más probable que sean mujeres honradas. Lacante estaba reflexionando.
He recibido cita, para la apertura del testamento, del notario y de las personas designadas por la muerta como ejecutores testamentarios. La reunión se verificará mañana. Máximo de Cosmes a su hermano. Excepto unas mandas a los pobres, a ciertas obras de beneficencia y a los criados, la señorita de Boivic deja toda su fortuna, unos cuarenta mil pesos, a su sobrina Elena Lacante.
Cuando el convoy iba a ponerse en marcha, vi aparecer por una puerta lateral, entre un rumor de sollozos, a la hija de Lacante, con un inmenso sombrero de crespón y un denso velo que la aplastaba y le hacía parecer tan pequeña como si tuviese apenas doce años.
El doctor no encontró nada alarmante por el momento y prescribió un régimen que Lacante no seguirá, por desgracia.
Elena Lacante al Padre Jalavieux. Agosto. Señor cura: Me siento muy culpable y muy ingrata para con usted. Le había prometido darle noticias de mi viaje, de mi llegada a casa de mi padre y de lo que fuera de mí.
Unos amigos habían entrado forzando la consigna y estaba yo esforzándome por explicarles la ausencia prolongada de Lacante, mientras éste conferenciaba con el médico; cuando lo vi entrar pálido y descompuesto. Todos lo observaron y le hicieron preguntas sobre su salud.
Estaba sentada en una silla baja, entre un torrente espumoso de gasas y tules blancos y rosa, y en cuanto me vio se levantó vivamente. ¿Y Lacante? ¿Dónde está el señor Lacante? Comprendió en seguida, en la expresión de mi cara, que Lacante no me había acompañado, y sus hermosas facciones se ensombrecieron. ¡Cómo! ¿No ha venido?
La discreción que me impone me es penosa para con Lacante, que es para mí más que un amigo; pero ella me responde que si Lacante es mi tutor, la Marquesa de Oreve es su protectora y habría las mismas razones para hacerle la confidencia. Y entonces, adiós secreto y vienen todos los inconvenientes de una espera interminable. Hay otra cosa que me alarma en Luciana.
Palabra del Dia
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