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Actualizado: 12 de octubre de 2025
La muchacha se puso encarnada y escuchó inmóvil, con los ojos bajos, pero respondió sin vacilar y con voz firme: Sí, papá. Al siguiente día otro incidente. Era viernes, y Elena no comía. Interrogada por su padre, respondió que tenía costumbre de ayunar. Pues bien, querida niña le respondió Lacante, tienes que perder esa costumbre y conformarte con las mías, esto es lo justo.
Lacante se dirigía a mí como para prevenir mis objeciones. Palabra de honor; cree que me voy a casar con su hija... ¿Y Luciana, entonces, mi Luciana adorada, que no es devota, sino que tiene una alma alta y generosa y una inteligencia hermana de la mía? Mi amigo me ha hecho quedarme a almorzar, y mientras tanto hemos hablado de Elena.
Y nos separamos enfadados. Máximo de Cosmes a su hermano. ...Diversos obstáculos me han impedido ir a casa de Lacante durante varios días. Ayer, jueves, día de la comida semanal, me fui temprano para poder hablar con él tranquilamente. Elena estaba sola en la salita, y me salió al encuentro con expresión de cándida ansiedad.
Lacante continuó: Mi casa no está hecha para criar palomas... Mis costumbres... mis amigos... las conversaciones... yo mismo... No me hago ilusiones; no tengo nada de lo que haría falta. ¿Qué va usted a decidir? No tengo dónde elegir, amigo mío; voy a meterla en un convento. ¡En un convento!... ¡
Está usted cansado me dijo, y esta noche hablaremos mejor. Irá usted, ¿verdad? Trataré de ir. Su cara se ensombreció. ¿Qué puede impedírselo? ¿Una invitación? ¿Un placer? No hay placer para mí sin usted, Luciana. Esta noche iré, aunque sea tarde. Quiero hablar con Lacante, que no ha podido decirme más que dos palabras a la salida de la lección.
Puesto que te divierten mis crónicas, voy a contarte aquella comida en casa de la Marquesa. La de Oreve tenía a su derecha a Lacante, por supuesto, y a su izquierda a Kisseler, el escultor. Enfrente de ella, su augusto esposo. ¿Lo conoces? No creo. Un hombre alto y delgado, barba escasa y una cabellera bermeja, muy indisciplinada a pesar de los emplastos de cosmético que tratan de civilizarla.
La voz de Lacante se volvió más fuerte y más solemne: Hija mía, escucha lo que voy a decirte: tu dolor me ha vencido y ha triunfado de mis resistencias... No quiero dejarte en el corazón un dolor del que sé que nunca te curarías... Quiero morir en tu misma fe y en tu misma esperanza... Elena dio un grito ahogado, indescriptible, y cayó de rodillas con las manos juntas.
Hay todavía, sin embargo, alteraciones y lagunas en su memoria. Lacante es extraordinario. La fibra paternal hasta ahora inerte y muda, ha vibrado por fin al contacto de esta débil criatura, tan dulce en sus sufrimientos y tan linda en su doliente palidez. ¡Ah, querido! La belleza es una maga poderosa.
Pero, es raro, la idea de ver a Lautrec convertido en el hijo de la casa, en la de Lacante, me oprime el corazón... No puedo, sin embargo, casarme al mismo tiempo con Luciana y con Elena, la morena y la rubia... Estoy loco y me voy a la cama. Buenas noches, querido hermano... Elena al Padre Jalavieux. Octubre.
Hay que perdonarme que me gusten los elogios y que sea sensible a las dulces palabras. Es un defecto común a todas las mujeres. Habíamos llegado al sitio habitual de separarnos y me fui con Lacante y con su hija. A pesar de haber hecho las paces con Luciana, no estaba contento. La había encontrado dura en su defensa y fría en sus promesas. Ella, por su parte, conservaba un secreto descontento.
Palabra del Dia
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