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Actualizado: 12 de octubre de 2025


El camino está allanado, pues no veo a nadie en línea para disputarme el puesto. Cuando yo vuelva fijaremos la fecha de la boda y la anunciaremos a nuestros amigos, a Lacante ante todo, y esto enturbia un poco mi alegría.

Aseguro a usted que me complacería mucho procurando trabar amistad con ella... Ya sabe usted lo que es Lacante para . ¡Hacerme amiga suya! exclamó. Enséñeme usted entonces por dónde hay que tomarla. Estábamos ya muy cerca de Elena, quien nos conoció y nos saludó con un gran ramo que traía en la mano.

¿A qué ha venido, entonces, esa pregunta sobre la fecha de nuestro matrimonio? Un trabajo de sonda dijo riéndose. La pobre opinión que tengo de misma me hace dudar de usted, sobre todo cuando le veo ejercer sus privilegios de hermano mayor con Elena Lacante. Temo algunas veces que se engañe usted sobre sus sentimientos, como se engaña ella... ¡Elena!...

Acércate, hija mía, acércate... Yo no puedo salir a recibirte. Tenía la pierna extendida y el pie rodeado de franela. ...Pero mi corazón va a tu encuentro; , mi corazón va a tu encuentro. Lacante dijo esto dos veces, como para convencerse bien a mismo. La muchacha se arrodilló al lado de su butaca y le besó la mano, en la que cayeron unas lágrimas.

Lacante tomó una expresión de cólera. ¿Quién habla de eso? exclamó golpeando en la mesa con la regla. ¿He dicho yo semejante cosa?... Mi hija irá al convento, que es el sitio más propio para mantenerla en las ideas que se le han inculcado... Y no seré yo el que trate... No diga usted tonterías, amigo.

Creo que esta muchacha no encuentra gran diferencia entre mis veintinueve años y los sesenta y dos de Lacante... ¡Es tan grande la distancia entre ella y yo! Esta muchacha me ha puesto en la categoría de los característicos de teatro. Creer que apenas se ha empezado a vivir y echar de ver que para los demás se ha pasado ya de la juventud, es un descubrimiento que le pone a uno melancólico.

Lacante me explicó entretanto que la niña estaría menos fuera de su centro en un convento que en otra parte, pues allí encontraría su atmósfera acostumbrada, los olores de incienso y de sacristía, las devociones meticulosas... Después de todo, todo eso me es igual... En cuanto a casarme, esos son otros cantares... No cuente usted con tal cosa, mi buen Lacante...

Hace unos días llegué a casa de Lacante, como casi siempre, a llevarle algunas notas que me había pedido. Lacante había ido a una reunión del Diario de los Sabios, y no encontré en su despacho más que a Elena, muy ocupada en acabar una carta. ¿A quién escribe usted con tanta aplicación? le pregunté sentándome enfrente de ella. Elena me enseñó el sobre. Al padre Jalavieux.

Sin embargo, cuando pasé el umbral de aquel gran salón herméticamente cerrado, en el que ardían los cirios hacía dos días, y respiré el olor frío de las altas vigas saturadas de vejez, sentí un malestar de tristeza y como repugnancia por una vida que conduce a la infalible muerte. Empezaron a llegar amigos y parientes que yo no conocía y a quienes expliqué la ausencia de Lacante.

La Marquesa interpeló a Lacante, que se había limitado hasta entonces a aprobar sucesivamente todas las teorías con la benevolencia ligeramente irónica y con la sonriente indiferencia que opone generalmente a las opiniones ajenas en todo, lo que se refiere a las cuestiones de metafísica religiosa.

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