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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Además, a Lacante le parece deliciosa la novedad del sentimiento que experimenta a una edad en que todo se ha probado y agotado hasta las heces. En la pureza inmaculada de tales sentimientos ¡qué irresistible fuerza la de esas sensaciones todavía no gustadas!
Cuando no era buena, me amenazaban con enviarme a su lado. ¿Quién? ¿La señorita de Boivic? Sí... y también Marivette. Convertido Lacante en el coco, ¿con qué alegría debe considerar esta niña la perspectiva de ir a vivir con él? Le han dado a usted de él una idea muy falsa...
Es verdad que hay en ella aspiraciones religiosas en las que yo no puedo seguirla; pero nada estrecho, nada de devociones infantiles como las de nuestra amiguita Elena Lacante. La religión es en Luciana un vuelo del alma hacia las alturas.
¿Qué tiene? ¿Qué es lo que tiene? me preguntó Lacante agitado. Un poco de cansancio y mucha emoción. Sí, sí... ciertamente... cansancio, emoción... Es muy natural... ¡Pobre niña! Eso pasará cuando nos hayamos conocido mejor.
En el extremo del salón y acurrucada en un gran sillón de terciopelo de Utrecht de un amarillo ajado, estaba Elena Lacante. Esperó para levantarse a que estuviese yo muy cerca de ella, y se estuvo tiesa delante de mí, sin ofrecerme la mano y mirándome furtivamente a través de las largas pestañas negras de sus párpados medio cerrados.
Lacante continuó: Te dejaré el gozo sobrenatural de un lazo invisible que nos tendrá unidos en la gran noche próxima...
La señora Polidora se echa a reír encogiéndose de hombros. Lacante sonríe, mira a Elena con curiosidad y, poniendo los dedos sobre la mano de su hija, le dice: Veo, hija mía, que eres piadosa y te felicito por ello; la piedad es una fuente de goces íntimos para los que la poseen... Aquí, en París, no se usa el hacer a cada paso manifestaciones de religión.
Mientras que la sequedad de la duda que se introduce en esa tierna naturaleza substituye a la cándida fe que es su fuerza y su gracia... Y Lacante levantó las manos y las dejó caer, como si viese ya pulverizado todo el edificio de fuerza mística.
Y la tal Polidora se llenaba la boca con esto de «las conveniencias.» Pensé, sin embargo, como ella, que no sería prudente dejar que Elena volviese a aquel antro, donde podía tener malos encuentros para su inocencia. Hablaré de esto con Lacante, pues no me atrevería a iniciar con ella la cuestión.
A pesar de mi cariño, no puedo menos de encontrar cómico el apuro de Lacante, y él, que lo ha observado, me ha tirado su gorro a la cara. El estado de Elena no es grave hasta ahora, y puede uno reírse sin remordimiento del gracioso embrollo en que este buen señor está metido.
Palabra del Dia
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