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Actualizado: 19 de junio de 2025


Su existencia no es alegre, siempre sola con Polidora... y el diablo sabe qué es lo que Polidora podrá decirle en aquel cuarto lóbrego de un entresuelo, cuya ventana da a un patio, rodeado por todas partes de casas de cinco pisos.

Le dio unos golpecitos en el hombro y mandó a la señora Polidora que la llevase al cuarto que le había hecho preparar y que es la pieza contigua al despacho, atestada de libros, entre los cuales se ha logrado introducir una camita de campaña y un lavabo. A todo esto, me estaba yo ocupando de hacer entrar los equipajes, que acababan de llegar.

En la calle de Tournon la ayudé a apearse y a subir el único tramo que conduce a casa de Lacante. Nuestro amigo es un madrugador, como sabes, y estaba ya levantado e instalado en su mesa de escribir. La señora Polidora, digna y tiesa, nos introdujo, y al ver el extravagante traje de Elena, colgada de mi brazo, murmuró entre dientes con impertinencia: ¡Dios mío! ¿Qué es esto?

No diga usted nada, Polidora; se lo ruego... Hay que enseñar a don Máximo a no ser curioso. Tendré que contar, ciertamente, su fechoría de usted a su señor padre respondió el ama de gobierno. Nada me impedirá cumplir con mi deber. Elena respondió con dulzura: Hará usted bien. Y dirigiéndose a Luciana, le preguntó si le gustaban las flores e hízole admirar las que formaban su ramo...

Agradeceré a usted mucho que no la enseñe esas artes de adorno... No necesita saber más, hasta nueva orden... ¿Entiende usted? Perfectamente, señor, y basta... Si el señor encuentra bien así a la señorita... Lo que yo decía era por su bien. Me pondré guantes para hablarla, si eso agrada al señor. ; me agrada, Polidora; y como usted es inteligente, quedo tranquilo. Máximo a su hermano.

Su cara, tan pálida como las sábanas, se destacaba sobre la obscura encuadernación de los libros y sus ojos hundidos brillaban en la penumbra. Me vio en la rendija de la puerta, donde estaba yo medio escondido, y me hizo una señal con la mano. Sus labios se movieron al mismo tiempo, pero su débil voz no pudo llegar hasta . ¿Qué quiere? pregunté a Polidora que estaba allí.

Durante unos minutos, que me parecieron siglos, estuvo como muerto, caído en su butaca, inerte e insensible a nuestros cuidados y a los gritos de doña Polidora... En esos instantes han pasado por mi mente horribles pensamientos...

Gruñó todavía un rato, y después, volviéndose hacia Polidora, que entró a darle unos periódicos, la interpeló en tono de buen humor: Y bien, Polidora, ¿qué dice usted de mi hija? La mujer se regodeó con aire de suficiencia y dijo no sin desdén: Es una joven sencilla y sin malicia, seguramente... Pero no sabe llevar un vestido ni servirse de sus ojos... ¡Alto ahí, Polidora!

Doña Polidora ha venido esta mañana a decirme que mi padre me llamaba, y he corrido alegremente a su despacho, pues los momentos más felices del día son los que paso a su lado. Máximo estaba con él y los dos tenían un aspecto grave.

Al lado de la alcoba hay una piececita con un estante de libros y un piano; aquel es mi salón, y un poco más lejos otra pieza más grande en la que duerme doña Polidora. Le respondo a usted de que estoy bien guardada, pues la buena señora no me mima, furiosa como está por el ascendiente que voy tomando en la casa.

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