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Actualizado: 19 de junio de 2025
El otro día le oí encargar una institutriz inglesa o alemana para acompañar a Elena durante su convalecencia... Piensa, con razón, que Polidora, con toda su buena voluntad, no será una compañía conveniente para su hija. También me ha hablado de un cuartito que se alquila en el mismo piso que el suyo y que podría completar su casa.
¿De dónde viene usted? le pregunté. ¿De una santa peregrinación, de una iglesia, de una capilla? No acierta usted... He pasado el tiempo de un modo más profano... Vea usted mi cosecha. Y nos enseñó el ramo. Polidora, tomando un aspecto de importancia, empezó a decir con algún retintín: Venimos de... Elena se volvió vivamente hacia ella.
Lacante es un poco responsable de lo que ocurre, porque no vigila a su hija, deja a su lado a esa Polidora de escasa moralidad y tiene a esta niña inexperta en un círculo corruptor y corrompido. Lo asombroso hubiera sido que hubiese continuado inocente. Desde aquella fatal noche mis relaciones con Elena han cambiado por completo.
La señora Polidora se echa a reír encogiéndose de hombros. Lacante sonríe, mira a Elena con curiosidad y, poniendo los dedos sobre la mano de su hija, le dice: Veo, hija mía, que eres piadosa y te felicito por ello; la piedad es una fuente de goces íntimos para los que la poseen... Aquí, en París, no se usa el hacer a cada paso manifestaciones de religión.
Elena estaba extraordinariamente desolada. Pero, ¿y los hijos, papá, qué mal han hecho? ¡Si los hubieseis visto devorar el pan y la carne! Tienen hambre y están hechos jirones... ¡Y la madre está tan enferma! No creo que tenga cura. Seguramente que no exclamó Polidora. Todo lo que se haga por ella será como no hacer nada. Papá, te lo ruego; permíteme al menos que les envíe algún socorro.
Mi amada recobró su alegría y su gracia seductora, Íbamos lentamente por los frondosos senderos del bosque y habíamos olvidado el objeto de nuestro paseo, cuando vimos venir a nuestro encuentro, muy lejos aún, a Elena con Polidora, que no nos habían visto y se detenían de vez en cuando para cortar flores. Ahí tiene usted al retoño de Lacante en su elemento dijo Luciana con un dejo de desdén.
Dice que no entre usted, porque se le puede pegar su enfermedad. ¡Pobre niña! Aquel cuidado por los demás, en medio de su fiebre, era conmovedor. Polidora la cuida con un celo que la rehabilita a mis ojos. Después de todo, es posible que no le haya faltado más que la ocasión de tener virtudes. He recibido esta mañana una deliciosa carta de Luciana.
Pero Polidora, muy ofendida y roja de indignación, declaró secamente que lo que no estaba bien para la señorita no lo estaba para ella y que, por otra parte, no tenía afición ninguna a visitar perdidas. ¿Comprendes a la joven y dulce virtud de Polidora temblando por su pureza?
Pero tú quieres arruinarme dijo Lacante sonriendo y acariciando el cabello de su hija, que estaba arrodillada a su lado en la hierba. ¿Quieres, verdad? le dijo Elena besándole la mano. Estoy segura de que doña Polidora consentirá en volver al campo Quemado.
Mientras tanto hice hablar a Polidora, que muy engallada y con gesto desdeñoso, iba detrás como para separar sistemáticamente su causa de la de Elena. Era evidente que había discordia entre ellas, y como la vieja estaba deseando charlar, no esperó a que yo la preguntase. ¡Dios mío! No es que esta muchacha sea mala, ¡oh! no; pero es imprudente.
Palabra del Dia
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