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¡Ah, Eloisita! contestó Rafael ; un dedo de la mano habría dado por haber tenido en la acción de Mendigorría tales pensamientos; no que cuando me llevaron al hospital con un balazo en el costado, maldito si me sonreían ni la muerte ni la tumba. ¡Qué prosaico sois! exclamó indignada Eloísa. ¿Es esto un anatema, Eloisita? No, señor repuso con ironía la interrogada ; es un magnífico cumplido.

Taconeando como un húsar apareció la enviada en el dintel. Su larga falda, toda llena de barro, no estaba tan mustia como su cara. Todas la rodearon. ¿Qué hay? murmuraron los labios. ¡Qué no viene, que se vuelve desde Lucban! dijo con voz desfallecida la interrogada.

La misma mirada de misia Melchora no podría resistirla cuando escudriñara mis verdaderos sentimientos. ¡No, no!; pobreza, oscuridad, fatiga, todo es preferible a este remordimiento, a verse interrogada por tantos varones ilustres que fueron espejos de santidad y cifra y compendio de todas las virtudes caballerescas.

Verdad es que el otro no porfió mucho para que pasara, respetando aquellas pudorosas resistencias que lo impedían. Ni ¿para qué pasar? ¿No era preferible la elocuente actitud de la interrogada, a la más terminante de las frases?

Interrogada la portera de la casa, respondió que el señor Roussel estaba en París, del que no se había movido, y que acababa de entrar en su casa. Á Clementina se le subió la sangre á la cabeza; se vió burlada, desdeñada; el temor y la cólera la sublevaban al mismo tiempo.

Revolvió aquí un poco en el sillón el lindo cuerpo la interrogada, y, después de vacilar un instante, respondió con gran desparpajo a su amiga: Verdaderamente que no me he puesto nunca a mirar el caso por ese lado; pero muy ilícito no debe de ser, cuando tanto se usa. ¿Qué es lo que tanto se usa, Sagrario?

Interrogada Julia Pico acerca de la honradez de los otros criados y de la posibilidad de que alguno de ellos se hubiera entendido con los rusos, sus respuestas disiparon toda sospecha.

Habiendo notado que por momentos se cubría de palidez el rostro de la más joven, no pude menos de interrogarla; su hermana se fijó un ella y repitió mi pregunta, con las circunstancias de hacerla más familiar y concluirla con un nombre. ¿Qué tienes, Enriqueta? Nada, replicó la interrogada, sin duda un poco de mareo.

Interrogada por Benina acerca del ciego moro y de su vivienda, respondió que le había visto junto a la fuentecilla, pasado el Puente, pidiendo; pero que no sabía dónde moraba. «Vaya, con Dios, señora dijo la Burlada despidiéndose . ¿No va usted hoy al punto? Yo ... porque aunque poco se gana, allí tiene una su arreglo.

La muchacha se puso encarnada y escuchó inmóvil, con los ojos bajos, pero respondió sin vacilar y con voz firme: , papá. Al siguiente día otro incidente. Era viernes, y Elena no comía. Interrogada por su padre, respondió que tenía costumbre de ayunar. Pues bien, querida niña le respondió Lacante, tienes que perder esa costumbre y conformarte con las mías, esto es lo justo.