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Voy a presentárosle. Arias echó a correr pensando: «Eloísa tiene blando el corazón y la echa de romántica: es pintiparada para el mayor, que anda a caza de estos avechuchosEntre tanto, la condesa preguntaba al duque si era bonita la Filomena de Villamar. No es ni bonita ni fea respondió . Es morena, y sus facciones no pasan de correctas.

D.ª Eloisa y la criada se volvieron; marcharon hacia un rincón de la estancia y sollozaron fuertemente. La lluvia batía en aquel momento los cristales emplomados del balcón con triste repiqueteo. Las cortinas sucias ya, de muselina antigua, cernían tenue claridad en la alcoba.

que eres un imán para los extranjeros respondió Rita . ¿Por qué has colocado al mayor cerca de Eloísa? Escucha las simplezas que le está diciendo. Te advierto, primo, que vas adquiriendo la facha y el garbo de un Diccionario.

Mientras tanto Osuna había ido a frotarse un poco contra D.ª Eloisa. Entre todas las damas que asistían a aquella tertulia no había más que dos gordas, D.ª Teodora y D.ª Eloisa. Estaba también en buenas carnes D.ª Rita, pero era blanda, amarilla. Las demás «escocia puracomo él llamaba a las flacas, aludiendo al bacalao.

A las ocho de la noche, después de haber cenado con D. Miguel y de haberle visto retirarse a la cama en la dulce compañía de sus pistolas de chispa, el P. Gil salió de la rectoral con dirección a la casa de su protectora D.ª Eloisa Montesinos. Pocas veces iba a la tertulia que ésta reunía por las noches. Ni tenía gusto en ello, ni el régimen severo de la casa del cura lo consentía.

Sus vidas se iban compenetrando insensiblemente. No sólo tenían un rato de plática casi todos los días en el confesonario, sino que por la tarde se veían en la iglesia, al rosario, y por la noche también a menudo en casa de D.ª Eloisa.

Condesa dijo el duque , el príncipe desea oír algunas canciones españolas, que le han celebrado mucho. María sobresale en este género. ¿Queréis proporcionarle una guitarra? Con mucho gusto respondió la condesa. Al punto fue satisfecho su deseo. Rafael se había colocado junto a Rita, habiendo instalado al mayor al lado de Eloísa.

El padre Gil se dejó caer de rodillas y se puso a leer en voz baja por su breviario. Al cabo de un rato D.ª Eloisa y la criada también se arrodillaron al pie del lecho y oraron. Pero aquélla, viendo asomar una lágrima por entre las pestañas de su hermano, se levantó prontamente y la recogió con el pañuelo.

La brisa del mar le refrescó un poco. Se sintió, no obstante, tan agitada que no quiso volver a casa: necesitaba charlar, distraerse. Iría a casa de D.ª Eloisa y cenaría allí como otras veces. Justamente iban a ponerse a la mesa los esposos cuando llegó ella. Les acompañaba el P. Norberto, lo cual significaba que había callos. ¡Qué sofocada vienes, hija! exclamó doña Eloisa.

Al ver esos hierros, esa verdura y las aguas del Sena, parece que vemos al Paris feudal, y nos acordamos naturalmente de Abelardo y Eloisa. Tal es el edificio por fuera; visto por dentro, no es un edificio, sino un mundo fascinador.