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Todos, pues, cooperaron con celo y desinteres al logro de establecer esa comunicacion semanal, tan útil y ventajosa por tantos títulos para el gobierno y para el comercio.

En pago de sus servicios, recibió alojamiento, cama, manutención y ropa limpia, a razón de una camisa cada mes, sin contar el franco y medio semanal que le daba su patrón para sus gastos de soltero. Con sus economías, compró, al cabo del año, un tonel de lance, y se estableció por su cuenta. El éxito que obtuvo fue asombroso, y superior a cuanto pudo esperarse.

¡Y me hace el favor de decirme quién demonios es usted para que me hable de esta manera... vamos, como un capellán de cárcel en su visita semanal a las celdas! Mejor es que sepa contener su lengua, hombre, y reflexione bien en mis palabras, le dije. No soy persona de entrar en argumentos. Procedo. Pues, proceda como mejor le plazca. Yo haré lo que crea más conveniente, ¿me oye?

En su rostro descaecido y marchito, sin embargo, no se habían borrado aún enteramente los rasgos de una belleza excepcional, que había dado mucho que decir allá por los años de 1846 al 48, y que le valiera multitud de romances, sonetos y acrósticos de los más eminentes poetas de la villa, insertos en un periódico semanal que entonces se publicaba en Nieva con el título de El Judío Errante.

Esto era un domingo y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin término morían los padres y se convertían en hombres los hijos, engendrando nuevos chuetas destinados al insulto público. Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa esclavitud. Se reunían en un huerto inmediato a la muralla y las aconsejaba y dirigía un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran cultura.

Es la verdad; y también bullen y peroran en los soportales de la plaza, y a la puerta de la Colegiata cuando entra o sale la gente, y en la Glorieta, y en la Chopera, y en el Casino y donde quiera que haya público que los oiga. Han tenido hasta conatos de un periódico semanal; pero la falta de una imprenta en la villa les aguó la fiesta.

Elena sonrió y dijo: No tema usted; lo que ha entrado una vez en el corazón ya no sale. Máximo a su hermano. 8 de octubre. Ayer, día de la comida semanal en casa de Lacante, llegó Kisseler reventando de gozo. Acababa de saber una fea historia de uno de nuestros hombres políticos más visibles, favorito del Ministerio y en condiciones de ser ministro de un día a otro.

A los tres o cuatro meses de instituida aquella sabia y nobilísima Sociedad, comprendimos la urgencia de tener un órgano en la prensa, y resolvimos incontinenti fundarlo. Había de ser semanal y titularse La Abeja.

Allá en sus mocedades había dirigido dos cartas a un periódico semanal que se publicaba en Lancia, titulado El Otoño, con motivo de las fiestas anuales que en Sarrió se celebran en el mes de septiembre. Estas cartas leyéronse con fruición en la villa y le valieron no pocos plácemes.

Y nos separamos enfadados. Máximo de Cosmes a su hermano. ...Diversos obstáculos me han impedido ir a casa de Lacante durante varios días. Ayer, jueves, día de la comida semanal, me fui temprano para poder hablar con él tranquilamente. Elena estaba sola en la salita, y me salió al encuentro con expresión de cándida ansiedad.