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Actualizado: 30 de abril de 2025


Comenzó a decirme: «¡Por ustedes y otras como ustedes pierden el crédito y la honra los sacerdotes y decae la religiónMe llamó saco de malicia; que parecía mentira que se me ocurrieran semejantes atrocidades, y que por aquí y que por allá... Al principio quería comerme; después se fue sosegando... «Tiene usted razón, D. Narciso, le respondí; pero yo no puedo remediarlo...» Y es la verdad, chica, no puedo remediarlo... ¡no puedo!

Lentamente se ha ido sosegando el maestro; sus párpados descienden pesados y se cierran; su cuerpo yace inmóvil... Todo está quieto; los rayos del sol se filtran por la parra y caen en vivas manchas sobre los ladrillos del patio; el jilguero desenvuelve sus trinos; una mariposa blanca va, viene, torna, gira, repasa entre los verdes pámpanos.

Los nervios, alterados, se fueron sosegando poco á poco, y permaneció en la silla sin hacer movimiento alguno, con los ojos muy abiertos, emboscado en vaga y sombría meditación. Las voces de la tienda le sacaron al fin de ella. Se levantó, encendió un cigarro y guardó de nuevo los libros en el armario. Tomó la lámpara y fué á la habitación contigua á buscar su capa para salir.

Los disparates que habíamos hecho los enmendó la Naturaleza. Contra la Naturaleza no se puede protestar». Miraba el bulto que en la cama hacía Juan Evaristo; pero como su ademán no tenía nada de hostil, Fortunata se iba sosegando. «¡Ya lo que hay aquí! ¡Pobre niño! Dios no ha querido que sea mío. Si lo fuera, me querrías algo.

Palabra del Dia

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