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Actualizado: 2 de junio de 2025


Y me devanaba los sesos y se me espantaba el sueño sin acerrtarr... Al otro día otra carrtita... ¿Perro de dónde crees?... ¡De Chinchón, Jacobo, de Chinchón!... La abro, y el mismo lema: ¡Mentecato!

Figurábase que al través de la madera, cual si esta fuera un cristal, veía el párpado tembloroso de Ido y su cara de pavo, que ya le era odiosa como la de un animal dañino. «No, no abro... pensó . Es una serpiente... ¡Qué hombre! Se finge el loco para que le tengan lástima y le den dinero». Cuando le oyó bajar las escaleras volvió a sentir deseos de más explicaciones.

Y como la antiquísima arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió, y consintió en su costado por mi remedio un buen agujero. Esto hecho, abro muy paso la llagada arca y, al tiento, del pan que hallé partido hice según deyuso está escrito.

Pertenecía aquella clase a un malhadado colegio criollo, cuya disciplina era menos que dudosa y cuyos estudiantes eran más que personajes. Cada vez que monsieur Jaccotot iniciaba alguna explicación, alzaba la voz algún impertinente. Espíritu sencillo, monsieur Jaccotot solía reprender entonces a sus alumnos, exclamando: En cuanto abro la boca, un imbécil habla.

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