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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Porque aquellos terribles papeles con que su presencia de espíritu y su enérgica audacia habían anonadado al farsante, eran simplemente tres o cuatro cartas de sus administradores que en el cajoncito del secrétaire estaban guardadas. El hecho vergonzoso era cierto, mas las pruebas no existían, y muerta la Peñarrón, único cómplice, dos años antes, imposible era que Jacobo descubriese ya el engaño.
No se me olvidará nunca dijo lo que hizo con la pobre Rosa Peñarrón, cuando aquel concierto famoso que organizó a beneficio de los inundados de Valencia. Le envió Rosa tres billetes, y tuvo la desfachatez de devolvérselos con el precio justo, unas quince o veinte pesetas, y enviar luego a Valencia, por mano del arzobispo, una limosna de tres mil duros...
Y abriendo de un tirón el cajoncillo del secrétaire, mostró a Jacobo, desde lejos, un paquete de cuatro o cinco cartas, diciendo: A fe que la letra de Rosa Peñarrón y la tuya propia son lo bastante claras para que no necesiten en los tribunales de peritos que las reconozcan.
Palabra del Dia
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