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Luisa, en los momentos de peligro al pasar los ríos bajo el fuego enemigo, al tomar una batería a la bayoneta , apretaba el brazo de Gaspar como para defenderle.

El cinismo brillaba en sus ojos. Fermín apretaba los dientes y hundía sus manos en los bolsillos, haciéndose atrás, como si temiese las palabras crueles que iban a salir de la boca del señorito. ¿Y tu hermana? prosiguió. ¿No tiene ella la culpa? eres un infeliz, un chiquillo. Créeme; a la que no quiere, no la fuerzan. Yo soy un perdido, conforme; pero tu hermana... tu hermana es algo...

Una vez fuera, volviose Materne y exclamó, al tiempo que le temblaban los labios: Si no me hubiese contenido, le hubiera roto la botella en la cabeza. Y yo dijo Frantz estuve por atravesarle la tripa con la bayoneta. Kasper, con un pie en el escalón, parecía querer entrar; apretaba el mango del cuchillo de monte y su rostro tenía una expresión terrible.

Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida.

Cuando el furioso corcel quedaba rendido y jadeante, nuestro colegial veía a menudo deslizarse por el rostro de su padre una lágrima abultada que se deshacía al llegar al bigote, después de lo cual, el bravo brigadier apretaba a su hijo contra el pecho hasta descoyuntarlo, murmurándole al oído palabras amorosas.

A ver si estas señoras, y muchas otras de que están llenas las historias sagradas y profanas, no sabían dónde les apretaba el zapato, en cuanto se refiere al arte cuyas reglas fundamentales puso Ovidio en verso. Pero volvamos a Julio Guzmán el extraño, y pongamos término a las divagaciones. El suceso que presta asunto a la novela o academia, es harto frecuente en la vida real.

Era tan infeliz aquel muchacho, que cuando doña Carolina venía a llorarle alguna lástima, por su gusto le entregaría todo el dinero que había en la casa. ¿Para qué necesitamos nosotros tanto? decía a menudo a su esposa. Para nuestro hijo y para los que puedan venir respondía Carlota. Mario le apretaba la cara con entusiasmo.

Al verlo el viejo, se abalanzó sobre Roger y rodeándole fuertemente la cintura con ambos brazos, gritó al otro que apuñaleara á su enemigo por la espalda. Acercóse el negro, recogió su arma y Roger creyó llegada su última hora, si bien no dejó de hacer vigorosos esfuerzos para derribar á su adversario, cuya garganta apretaba con furia mientras forcejeaban ambos de uno á otro lado del camino.

41 Y he aquí un varón, llamado Jairo, y que era príncipe de la sinagoga, vino, y cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; 42 porque tenía una hija única, como de doce años, y ella se estaba muriendo. Y yendo, le apretaba la multitud.

Un círculo pálido se dibujaba en torno de sus hermosos ojos, que se paseaban con expresión altiva de su marido á la institutriz y de la institutriz á su marido. Tenía las mejillas inflamadas, y por sus narices abiertas entraba y salía el aire rápidamente y con ruido. Con las manos temblorosas acariciaba la ensortijada cabeza de la niña y la apretaba contra su pecho anhelante.