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Actualizado: 29 de junio de 2025


Como apretaba bastante el calor, principalmente por la tarde, a causa de estar la casa al Poniente, la familia buscaba desahogo en la terraza. Una tarde, con permiso del médico, salió el mismo D. Francisco, apoyado en el brazo de Pez, y dio un par de vueltas; mas no le sentó bien, y se dejaron los paseos hasta que el enfermo se hallase en mejores condiciones.

Nicanora le volvió cara arriba para que respirase bien, le puso las piernas dentro de la cama, manejándole como a un muerto, y le quitó de la mano el palo. Arreglole las almohadas y le aflojó la ropa. Había entrado en el segundo periodo, que era el comático, y aunque seguía delirando, no movía ni un dedo, y apretaba fuertemente los párpados, temeroso de la luz. Dormía la mona de carne.

Temblábale la voz al principio; dos o tres veces tuvo que pasarse la mano, yerta, por la frente húmeda, y sin saber lo que hacía accionó con el ramo, cuyas cintas culebrearon como serpientes de llama, y carraspeó para deshacer un nudo que le apretaba el galillo.

Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces: ¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de a él quién es don Quijote de la Mancha! Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba.

Si creía notar que se estremecía con escalofríos, apretaba dulcemente, liándose a él para comunicarle todo el calor posible. Cuando él gemía o respiraba muy fuerte, le arrullaba dándole suaves palmadas en la espalda, y por no apartar sus manos de aquella obligación, siempre que quería saber si sudaba o no, acercaba su nariz o su mejilla a la frente de él.

Marchando con la cabeza baja, sin saber adónde iba, se vio de pronto en la cubierta de paseo. Apretaba los puños, murmurando palabras iracundas. ¡Cómo se había burlado de él aquella mujer! ¡Qué vergüenza!... Cansado de pasear por la cubierta solitaria, sentóse en un banco lejos de la luz, contemplando el Océano por encima de la borda.

Oyeron en seguida el golpe de los talones del aldeano al echarse fuera de la cama. Rosa, que apretaba convulsivamente la mano de Andrés conteniendo el aliento, al sentirlo se estremeció fuertemente y exclamó con angustiada voz: ¡Madre del alma, que va a ser de ! Y ambos por un movimiento súbito se levantaron del escaño y dieron algunos pasos hacia la puerta.

Pero su gran argumento consistía en presentarse de perfil: ¿Ven ustedes? Nada. Y se apretaba el corsé más y más cada día, sin miedo, despreciando consejos de la prudencia y de la higiene. Se portaba como una pobre doncella para quien dejar de serlo fuera una gran vergüenza, y que quisiera esconder la prueba de su ignominia.

Se lo acababan de decir al salir del Café de París, con el palillo todavía entre los dientes. ¿Quién? Un personaje que entra y sale en la Rosada, como Pedro por su casa: tal ministro se apretaba el gorro, porque el que todo lo puede, se lo había sumido hasta las orejas. O si no era algo muy feo, descubierto en cierta repartición, o algo peor atribuído a algún fantoche de las esferas oficiales.

Más allá, un vapor con bandera española echaba también gente a tierra. En el fondo del desembarcadero, una muchedumbre obscura se apretaba contra las verjas. Ondeaban banderas tricolores sobre este mar de cabezas. Un estrépito de músicas lejanas contestaba a la banda del Goethe cuando ésta hacía una breve pausa en sus marchas incesantes.

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