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Actualizado: 29 de junio de 2025
»¡Oh, no! ¡Pobre papacito mío, no quiero estar más en la cama; quiero sentirme siempre bien y tener buen semblante, y hacer mucho ruido en la casa, para que tú te tranquilices, para que no te aflijas tanto por mi causa! ¡El otro día, mientras los doctores me examinaban, lo vi en el espejo: no se imaginaba que yo lo miraba, y se apretaba una mano con la otra e inclinaba la cabeza hacia nosotros, respirando fatigosamente, como si la persona que esperaba la sentencia del médico, fuera él mismo!...
Reynoso sonrió aplicando sobre sus mejillas algunos besos prolongados. Es que estás nerviosa, hija mía. Sí, muy nerviosa. Voy a llamar para que te traigan una taza de tila con azahar. Elena se opuso resueltamente. Se encontraba bien; no necesitaba otra cosa que tranquilidad y sentirle cerca de sí. Y se estrechaba contra él y le apretaba la mano y de vez en cuando la llevaba a sus labios.
Al tiempo que la muerte le apretaba A Juan Ortiz, le oí que conocia Que el pueblo su salud no deseaba: "Yo soy malo, mas cierto que algun dia Me haga alguno bueno." Si rogaba La vieja por aquel que mal regía En Roma, si á Mendieta conociera, Mentarlo un solo punto no quisiera.
El doctor Lorquin se había atado un pañuelo a la altura de los riñones y lo apretaba cada vez más, pretendiendo de este modo aliviar su estómago. Se hallaba sentado de espaldas a la torre, con los ojos cerrados, y de hora en hora los abría, diciendo: Estamos en el primero..., en el segundo..., en el tercer período. Un día más, y todo habrá concluido.
El padre se murió sin ver carta de su hijo mayor, entre un sacerdote que le exhortaba y el pobre ciego que le apretaba convulso la mano, como si tratase de retenerle a la fuerza en este mundo. Cuando quisieron sacar el cadáver de casa sostuvo una lucha frenética, espantosa, con los empleados fúnebres. Al fin se quedó solo; pero ¡qué soledad la suya!
Al mismo tiempo dió un paso hacia la joven; pero ella retrocedió y sacando apresuradamente otro fósforo encendió la bujía. Luego se plantó delante de él erguida, altanera, pálida, clavándole con furor sus ojos llameantes. Hubo un momento de silencio. La cólera le apretaba la garganta, no dejando salir las palabras. Al fin exclamó con voz alterada, extendiendo la mano: ¡Sal de aquí, canalla!
Esa misma noche, al encender el candil que llevaba consigo, y al ir a acostarse sobre un montón de hojarasca, hacia el fondo de la gruta, hallose con el cuerpo momificado de un viejo anacoreta, que apretaba todavía entre sus manos resecas las cuentas del rosario.
Un marino de Génova, antiguo amigo de Ulises, le llevó á un café del puerto donde se reunían los capitanes mercantes. Eran los únicos que vestían traje civil entre la concurrencia de oficiales de mar y tierra que se apretaba en los divanes, obstruía las mesas y se aglomeraba ante la puerta.
Tendíase la niña boca arriba llevándole abrazado, le apretaba contra su pecho, le besaba, y a veces, olvidada de sus martirios, derramaba lágrimas de ternura. Pero cualquier rumor en la habitación contigua le hacía levantarse sobresaltada con el espanto en los ojos, arrojaba el gato lejos de sí y esperaba inmóvil lo que viniera. Casi siempre algún castigo cruel.
Todos la miraron con insistencia y creyó notar en sus ojos cierta curiosidad burlona. Vio que a hurtadillas el vizconde de las Llanas apretaba la mano del pintor como si le diese la enhorabuena. Bruscamente se despidió. ¡Tan pronto! exclamó la condesa. En vano la suplicaron que se quedara otro ratito. Resueltamente se iba. Se sentía sofocada, con un deseo irresistible de salir de aquella casa.
Palabra del Dia
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