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Leedles un trozo poético, y si hay entre ellos algun Garcilaso, Lope de Vega, Ercilla, Calderon ó Melendez, veréis chispear sus ojos, conoceréis que su corazon late, que su mente se agita, que su fantasía se inflama bajo una impresion que él mismo no comprende. Cuidado con trocar los papeles: de dos niños extraordinarios es muy posible que formeis dos hombres muy comunes.

De la Araucana de Alonso de Ercilla, despues de una alabanza de un solo pasage, habla de lo demas con gran desprecio. ¿Qué dirán nuestros Críticos que á Ercilla le llaman Lucano Español? ¿Trae algunas pruebas para este desprecio? Nada menos. Sobre su palabra va todo, como acostumbra.

Arauco domado describe la conquista de este pueblo valeroso del S. de Chile, tan célebre por la epopeya de Ercilla; esta comedia es única en su género, y se distingue por su aparato escénico, que desenvuelve á nuestros ojos toda la gala de la naturaleza de los trópicos, y nos transporta á las magníficas soledades de América, y porque nos ofrece igual heroismo en los dos pueblos que pelean, el de los esforzados hijos de las selvas, que batallan rudamente y con ánimo casi sobrenatural por su independencia, formando los contrastes más chocantes y pintorescos, y el de los españoles, cuyo entusiasmo y deseos de extender el renombre de su patria y sus creencias religiosas, nos infunden encanto irresistible; en una palabra, es difícil imaginar ninguna otra comedia que sobresalga como ésta por sus atrevidas creaciones, por el vuelo y el brillo de la fantasía . Sucesos posteriores, ocurridos en vida de Lope, son tratados en La santa Liga, obra animada de espíritu verdaderamente heróico, aunque algo difusa en lo épico, al exponer la guerra contra los turcos, que terminó en la batalla de Lepanto; de la misma clase es La mayor victoria de Alemania, que ensalza á un nieto del Gran Capitán; Los españoles en Flandes, etc.

En la calle de Ercilla tenía ya un séquito de seis muchachos; en la del Labrador, ya se le había incorporado una partida de diez y siete, entre hembras y varones, siendo las primeras, ¡cosa extraña!, las que más bulla metían.

-Que me place -respondió el barbero-. Y aquí vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano.

Y que había estado en Madrid tan cerca de Lope de Vega como lo estaba de , y que había visto a don Alonso de Ercilla mil veces, y que tenía en su casa un retrato del divino Figueroa, y que había comprado los gregüescos que dejó Padilla cuando se metió fraile, y que hoy día los traía, y malos. Enseñólos, y dioles esto a todos tanta risa, que no querían salir de la posada.

Y de entre estos hombres de guerra altivos, crueles y caballerescos, que paseaban su arcabuz como un cetro, su casco abollado como una corona, sus harapos como una gloria, surgían Ercilla, Cerotes, Calderón y tantos otros ingenios.

tiene; tiene á San Isidoro de Sevilla, en erudicion; á D. Alonso el Sábio, en leyes; á Santa Teresa de Jesus, en disciplina y en ejemplo; á Juan de Mena, el marqués de Santillana, Garcilaso, Fray Luis de Leon, los Argensolas, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Rioja y Herrera, en poesía lírica; á Calderon, en poesía dramática; al soldado Alonso de Ercilla, en poesía épica; al autor del Quijote, en el romance; á Blasco de Garay, en el invento; al Padre Mariana, en historia; al Padre Isla, en sátira; al Padre Feijóo, en crítica; á Vives, en literatura filosófica; á Campomanes, en organizacion social; á Jovellanos, en economía; á Florez Estrada, en hacienda; y así otros muchos que no recuerdo en este instante.

Pero si partiendo de estas premisas es menester colocar á la poesía épica española en el más ínfimo peldaño de su literatura, no es posible desconocer, sin embargo, que La Araucana, de Ercilla; el Bernardo, de Balbuena; la Angélica y la Jerusalén, de Lope; La invención de la Cruz, de Zárate, y otras muchas, á pesar de sus defectos, abundan en bellezas poéticas aisladas, y pueden ornar sin rebozo cualquiera literatura.

Prohibido bajo penas severas, á consecuencia de las desgracias á que daba orígen, el pueblo lo ha ido dejando poco á poco, pero sin olvidarlo del todo. En su orígen este juego homérico, que tiene mucha semejanza con algunos de los que Ercilla describe en la Araucana, se efectuaba retobando un pato dentro de una fuerte piel, á la cual se adaptaban varias manijas de cuero tambien.