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En efecto, se organizó la comitiva para la ceremonia, figurando en ella el teniente de Asistente don Isidoro Palomino, el pregonero Sebastian Francisco, los alguaciles de los Veinte, los trompetas y atabales.

Por esto la vida monástica en general, y en particular la regla de S. Benito, produjeron en Andalucía, y en toda España, tantos y tan insignes santos; por esto se conservó entre los mozárabes intacto el oficio divino de la primitiva Iglesia goda, que era el mismo que habian introducido en España los siete Apostólicos ; y por esto finalmente la disciplina monástica española brillaba con incontaminada gloria, mantenida en toda su pureza por los concilios nacionales y los grandes genios, como S. Leandro, S. Isidoro, y otros muchos que llenaron con sus obras las bibliotecas y con sus imágenes los altares en todos los siglos hasta el undécimo, antes que el prurito de imitar á los franceses, hecho moda en la corte de D. Alfonso VI, viniese á reformar lo que no necesitaba ser reformado, dándole la disciplina cluniacense por modelo.

Frontero al sitio en que imaginamos hallarnos, y en la otra banda del Guadalquivir, junto á su orilla, plantada de alamos blancos y de verdes cañaverales, veíase la Cartuja de Santa María de las Cuevas, rodeada por un espeso bosque de naranjos y de olivos, y en los últimos términos, la fundación insigne de San Isidoro del Campo, sepulcro del héroe de Tarifa, el monasterio de San Jerónimo y la robusta atalaya, erigida por los Guzmanes en el lugar de la Algaba, ya casi envuelta en las nieblas azuladas del horizonte.

Nos reconocimos como paisanos de la patria chica, o sea de determinada comarca, porque si no él, no pocos de sus antepasados fueron cabreños. Ya adivinará o sospechará el lector que este amigo mío, aunque naturalizado ciudadano de la Gran República, era y se llamaba Don Isidoro Castillo de Cabra. Pronto me contó hasta los ápices y hasta los más escondidos lances de su vida.

Sin duda, en la citada casa de campo, ha de tener Isidoro algunos animales domesticados, y entre ellos la cigüeña blanca. Tuvo un día el capricho de colgar al cuello de la cigüeña las tres poesías sanscritas, de cierto compuestas por él, porque es muy ingenioso y aprovechado estudiante. El quiso embromar a alguien, sin prever a quien embromaría.

Y, en efecto, al poco rato se acercó al costado del vapor un bote, y dentro de él una joven que manejaba los remos con singular maestría. En Pasajes, el servicio de los esquifes que trasportan la gente de un punto a otro de la bahía está a cargo de mujeres. Buenas tardes, D. Isidoro y la compañía. Ahí te entrego ese señorito, Úrsula. Cuidado lo que haces con él. Úrsula sonrió sin escandalizarse.

Ved, lectores, á cualquiera de esos santos sacerdotes ¡qué bien le cuadra la descripcion que del buen eclesiástico hacia S. Isidoro! «Vive enagenado del mundo y de sus placeres; abomina de espectáculos, banquetes y diversiones; no comercia, ni trata negocios seculares; habla con moderacion, camina con sosiego, mira con modestia, no frecuenta casas de mujeres, ocúpase en la leccion y en los divinos oficios, cultiva su espíritu en el estudio, instruye al pueblo en la doctrina, y le ejemplo con las buenas obras .» ¿Quereis asomar ahora rápidamente la vista dentro de la basílica é informaros de sus ocupaciones relativamente al culto?

Como la quinta estaba sobre una peña, a semejanza del castillo, tuvo Isidoro la ocurrencia de darle casi el mismo nombre, aunque en lengua castellana y recordando un sitio muy romántico que hay entre Antequera y Archidona. La quinta de Poldy se llamó la Peña de los Enamorados.

Garuda parecía el genio familiar de la casa, el vivo resumen de los lares y penates de aquel hogar transportado desde el centro de Europa a la opuesta orilla del Atlántico. No quiero decir más para encarecer la felicidad de que Isidoro y Poldy gozaban, a fin de no excitar la envidia de los que me lean.

El horror antisemítico que embarga el ánimo de la nobleza austriaca explica la conducta de Poldy, que parece extravagantísima y hasta inexplicable en España. Poldy se había enamorado entrañablemente de Isidoro, pero, siendo él judío, juzgaba ella imposible aceptarle primero por novio y luego por esposo. El caso sería mirado como una abominación sin ejemplo.