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Actualizado: 16 de julio de 2025


Pero su pasado le infundía miedo: eran muchas las maldades que llevaba realizadas contra este país. Tal vez la perdonasen la vida teniendo en cuenta la espontaneidad de su acto; pero el presidio, la reclusión con el pelo cortado, vestida de ruda estameña, condenada al silencio, sufriendo tal vez hambre y frío, le inspiraban una repulsión invencible... No: antes la muerte.

¡El profesor Flimnap!... ¡Y vestido de mujer! Comprendió el catedrático el asombro que sus ropas inspiraban al gigante. Verdaderamente, de toda mi aventura lo más estupendo es haberme vestido con el traje que llevaban antes las mujeres como una librea de esclavitud. ¡Qué dirían mis discípulos si me viesen!...

Pero estos hijos eran agresores y hacían el mal voluntariamente. A él sólo le inspiraban interés las otras madres que vivían tranquilamente en las risueñas poblaciones belgas y de pronto habían visto fusilados sus hijos, atropelladas sus hijas, ardiendo sus viviendas. Doña Elena lloró más fuerte, como si esta descripción de horrores significase un nuevo insulto para ella. ¡Todo mentira!

Era hombre a quien el talento y los libros inspiraban un respeto idolátrico. La familia de Tristán apetecía unión tan ventajosa por todos conceptos. Todo marchó viento en popa, aunque durante más tiempo de lo que los novios hubieran deseado. Reynoso se opuso resueltamente a que su hermana se casase antes de tener diez y ocho años. Iba a cumplirlos y su dicha a colmarse.

No estaba él para templar gaitas: los nervios le eran antipáticos; estas penas sin causa conocida no le inspiraban compasión, le irritaban, le parecían mimos de enfermo; él quería mucho a su mujer, pero a los nervios los aborrecía.... Además en el teatro había tenido una discusión acalorada: un majadero, un sietemesino que estudiaba en Madrid, había dicho que el teatro de Lope y de Calderón no debía imitarse en nuestros días, que en las tablas era poco natural el verso, que para los dramas de la época era mejor la prosa. ¡Imbécil! ¡que el verso es poco natural! ¡Cuando lo natural sería que todos, sin distinción de clases, al vernos ultrajados prorrumpiéramos en quintillas sonoras!

Pensaba en sus amoríos anteriores, en los triunfos de admiración y curiosidad conseguidos por su arrogancia torera; conquistas que le llenaban de orgullo, haciéndole creerse irresistible, y ahora le inspiraban cierta vergüenza. ¡Una mujer como aquella, una gran señora que había corrido mucho mundo y vivía en Sevilla como una reina destronada! ¡Eso era una conquista!... A su admiración por la hermosura uníase cierta reverencia de antiguo pilluelo lleno de respeto por los ricos, en un país donde el nacimiento y la fortuna tienen gran importancia. ¡Si él consiguiera llamar la atención de aquella mujer! ¡Qué mayor triunfo!...

Me sabía de memoria su fealdad, sus presunciones y bambollas, su incurable fisgoneo, y estaba bien avezada a sus bachilleradas y pegoterías, sin que nada de ello influyera desfavorablemente en el sentimiento, de compasión más que de otra cosa, que las pobres señoras me inspiraban; pero en aquella ocasión me pareció, su fealdad insoportable, me repugnaba el buen apetito con que comían, y me causaban escalofríos y convulsiones su voz, sus palabras y sus ademanes.

En la colección de las cartas andan revueltas, con las ahora citadas, aquéllas con que remitía á Gil de Mesa la primera, la segunda y la tercera parte, para que se encargara de la impresión , así como las que le inspiraban el enojo de la corrección de pruebas y las demoras de cajistas.

Su nacimiento y su fortuna le inspiraban respeto y benevolencia, lo mismo que a Gallardo. Ocupábanse de ella con sonrisas de admiración. Los mismos hechos en otra mujer habrían dado suelta a un raudal de comentarios irreverentes, comparándola a la bestia rapaz de gruesa cola que es protagonista de muchas fábulas. En Sevilla continuaba el apoderado lleva una vida ejemplar.

Estaba aburrida de sus peleas y rivalidades; no le inspiraban interés. Faltaba algo en su vida, sin que ella se diese cuenta de lo que pudiera ser. Tal vez por eso había cometido tantas ligerezas y travesuras en el buque. Pero aquella misma noche había adivinado de pronto cuál era su deseo, qué es lo que le faltaba para sentirse dichosa.

Palabra del Dia

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