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Actualizado: 16 de julio de 2025
Esta supuesta traición despertaba otra vez su cólera homicida. Levantó un brazo y un pie; iba á golpear y aplastar á la mujer arrodillada. Pero su pasiva humildad, su falta de resistencia, le detuvieron. No, Ulises... ¡óyeme! Hizo esfuerzos para demostrar su sinceridad. Tenía miedo á los suyos: los veía á una nueva luz y le inspiraban horror.
La señá Eufrasia, cuarentona de incansable verbosidad, hablaba con aire protector de sus compañeros de viaje. Los compatriotas, «los de la tierra», le inspiraban lástima. ¡Probes! Tenemos aquí gentes de mucha necesiá, don Isidro. Hay que ver cómo van esas mujeres y cómo llevan a sus críos... Nosotros, aunque me esté mal el decirlo, no vamos a las Américas por hambre.
Avanzaron los jinetes con gran trabajo entre la confusa muchedumbre. La curiosidad que inspiraban las originalidades de doña Sol había atraído a casi todas las damas de Sevilla. Las amigas la saludaban desde sus carruajes, encontrándola muy hermosa en su traje varonil.
Todos sus otros amores habían sido pérfidos y venenosos, no le habían dejado ni un solo buen recuerdo: desdén y nada más que desdén le inspiraban todos ellos: desdén contra las pérfidas, desdén contra sí mismo. En un tiempo se había vanagloriado de aquellos amoríos, se había ensoberbecido con ellos como si cada uno hubiera sido una verdadera fortuna.
Con todo, pronto el interés que me inspiraban mis novelas, fue desvanecido por un acontecimiento sorprendente, inaudito, que acaeció en el Zarzal, algunas semanas después. Uno de esos acontecimientos que no conmueven las bases de los imperios, pero que siembran perturbaciones en el corazón o en la imaginación de las jóvenes. Era un domingo.
Otro efecto de su ardiente celo religioso era la aversión que le inspiraban los hombres, en quienes veía otras tantas encarnaciones del espíritu maligno y añagazas del pecado. Su castidad arisca se sublevaba á la menor insinuación, se ofendía de una simple sonrisa.
Respondíle con toda la altivez que me inspiraban mi alta gerarquía y mis afectos, habiendo oido decir toda mi vida que las personas de mi dignidad las habian dotado los cielos de tal grandeza, que con una palabra y un mirar de ojos confundian en el polvo de la nada á quantos temerarios eran osados á apartarse un punto del mas reverente acatamiento.
En las nieblas de color de sangre que pasaban ante sus ojos, creyó ver el brillo de las gafas azules de Salvatierra, su sonrisa fría de inmensa bondad. ¿Qué haría el maestro de estar allí?... Perdonar, indudablemente: envolver a la víctima en la conmiseración sin límites que le inspiraban los pecados de los débiles.
Desgraciadamente no pudieron realizarse por una alteración funesta de los nervios de la esposa del fisiólogo. D.ª Carolina no tenía noticia de la compra del mono. D. Pantaleón, que sabía cuán poca simpatía le inspiraban los adelantos de la ciencia, había cuidado de ocultársela.
Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus discursos, y hasta se atrevía á criticar su existencia privada, dudando de su aparente severidad y acusándolo de hipocresía. ¡Ah! ¿Conque es Momaren el que desea la muerte de ese pobre gigante? Después de proferir tales palabras, el senador se mostró dispuesto á aceptar sin resistencia todo lo que dijese Flimnap.
Palabra del Dia
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