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Actualizado: 13 de junio de 2025


La señá Eufrasia, cuarentona de incansable verbosidad, hablaba con aire protector de sus compañeros de viaje. Los compatriotas, «los de la tierra», le inspiraban lástima. ¡Probes! Tenemos aquí gentes de mucha necesiá, don Isidro. Hay que ver cómo van esas mujeres y cómo llevan a sus críos... Nosotros, aunque me esté mal el decirlo, no vamos a las Américas por hambre.

Una mañana, avanzando lentamente entre la muchedumbre, notó que le seguía una mujer. Tal insistencia no podía enorgullecerle. Era una hembra cuarentona, de pecho prominente y sueltas ancas, una cocinera con la cesta en el brazo, igual á muchas otras que pasaban por la Rambla de las Flores para unir un ramo á la diaria compra de víveres.

Figuraba en la no muy numerosa servidumbre de la casa, con el título, las atribuciones y preeminencias de ama de gobierno, una mujer ya cuarentona, hija de antigua criada de la familia, de esas criadas de antaño que nacían, vivían y morían a la sombra, protectora de sus patrones, la cual mantenía a su lado un niño, que el maligno rumor público susurraba ser obra y gracia de don Aquiles.

En primavera y verano trabajaban en la huerta, cultivaban flores y parecían hombres llenos de salud, normales. En todas estas ocupaciones, Pomerantzev era siempre el primero. Sólo tres de los enfermos no tomaban parte en los trabajos ni en los juegos: Petrov, el de la larga barba; el enfermo que llamaba día y noche a las puertas, y una doncella cuarentona, de nombre Anfisa Andreievna.

El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil francos. ¡Ojalá me hubiese echado un amante! gemía la matrona con ojos lacrimosos . Mejor hubiera sido entregarme al amor. Entró Miguel en otros salones sin claraboya.

Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas; presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado; y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.

A juzgar por la esposa de su amigo, excelente mujer de su casa, pero cuarentona más que insignificante, su amiga la señora Liénard, debía ser ya una mujer de edad madura y de trato poco agradable. Delaberge veíase ya discutiendo con una pleiteante campesina y esta enfadosa perspectiva le ponía de mal humor.

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