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Pues vamos andando, hija del alma contestó, como distraído, a la insinuación de Nieves, sin dejar de mirarla con su único ojo, muy abierto, ni de pensar lo que pensaba . Te cae bien, bien de verdad, el atalaje ese que te pones por primera vez... ¡No, no, y llevar le llevas con una soltura!... ¡Canástoles con la chiquilla!... A ver, a ver por detrás... No te pares, no: sigue, sigue andando... ¡Mejor que mejor! ¡Canástoles con la criatura de antes de ayer!... A la calle ahora... Eso es... así se anda... como el sol y la luna... ¡Ajá!

Salió hecha una lástima la preciosa criatura; pero su padre lo vio de muy distinto modo y mandó el retrato a Lucrecia, que, como había llevado a mal los peros que su hermano se atrevió a poner al pintoresco vestido de Nacho, se despachó a su gusto en la lista de reparos al atalaje de su sobrina.

Y la belleza de ese mundo está en el conjunto, en el noble aspecto de la ciudad común: el individuo es modesto, mas la república impone. Aquí tiene la fortaleza del áloe y el cactus; más allá es la cabeza del ciervo, su espléndido atalaje; á mayor distancia la extensión de las vigorosas ramas de un cedro que, después de tender horizontalmente sus brazos, se dispone á empinarse más y más.

Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas; presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado; y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.