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Por último, se convino en que éste no se desprendiese de aquellas prendas, tan caras a su corazón, ya que no tenía valor para llevarlo a cabo, y se trasladase con ellas a Sarrió, donde se establecerían definitivamente. Llevaría consigo algunos cajistas que pudiesen enseñar a otros jóvenes de la villa, y todos los enseres necesarios para montar la imprenta.

¿Conque es imposible imprimir un periódico? Poco menos, señor; y si acaso se lo imprimen a usted, será caro y mal. Pondrán unas letras por otras. Eso ¡pardiez! no será imprimir mi periódico, sino otro del cajista. Pues eso, señor, sucederá; en habiendo un día de formación no tendrá usted cajistas; y si usted se enfada algún día por una errata, lo dejarán plantado, y si no se enfada también.

Todos sin dinero, debiendo en la imprenta varias tiradas, lampando tras la peseta, lo mismo que Cervantes, «que no cenó al terminar el Quijote», alegres como unas castañuelas y haciendo reír a los cajistas con sus chistes.

Pero la presencia del siniestro gañán de la imprenta, que inmóvil permanecía en medio de la sala, le hizo comprender la necesidad de concluir su obra, que reclamaban con furor los irritados cajistas y el inexorable regente. Tomó la pluma, y con facilidad notoria terminó de esta manera.

Terminado el diálogo se despidieron, y Millán se fue: Pepe entró al cuartito donde trabajaba y, a solas, se dejó caer sobre una silla, casi llorando de rabia y de vergüenza. En aquel momento, hubiera sido capaz de ahogar a Tirso entre las manos. El ruido que hicieron algunos cajistas al marcharse le distrajo de pronto y, mirando al reloj vio que faltaba poco para la hora de la cena.

Pues, digo también era insustituíble para cargar moldes ó formas que llenas de letras desafían los puños de los hombres más vigorosos; y además le destinaban á traer y llevar original y pruebas, misión que cumplía puntualmente al presentarse ante el joven autor de quien hablo, y decirle que venía á por el artículo, añadiendo que hacia mucha falta por estar parados y mano sobre mano los señores cajistas.

Había entre los cajistas de la imprenta uno casado dos años antes con una muchacha llamada Engracia, sastra, muy guapa, modosa, de dulce condición y digna de mejor trato que el que le daba su marido.

Pero no me es dado proseguir, ni tampoco me queda tiempo de bosquejar, como quisiera, otros monumentos de Toledo..... Esta rapidísima reseña ha de publicarse dentro de dos horas, y los cajistas me van quitando de las manos las cuartillas según que las escribo de primera intención.

En la colección de las cartas andan revueltas, con las ahora citadas, aquéllas con que remitía á Gil de Mesa la primera, la segunda y la tercera parte, para que se encargara de la impresión , así como las que le inspiraban el enojo de la corrección de pruebas y las demoras de cajistas.

Es preciso resignarse, esperar... Al fin lo habrá todo... demasiado va a haber luego... esta es la idea que me detiene, por fin, que cuando haya editor, redactores, impresor, cajistas, papel... entonces también habrá censor... Eso , eso siempre lo hay... ni hay que mandarlo hacer, ni hay que esperar... Aquí acabo de perder la cabeza, enciérrome en mi casa, ¡voto va!