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De su pasado conservaba cierta veneración por los escritores. Por esto era amigo de Isidro desde que le conoció en casa de su vecina la señora Eusebia. Algunas veces recordaba su época de impresor. El no leía los papeles públicos, cuando de tarde en tarde iba a Madrid; pero creía que sus tiempos habían sido mejores, y que los que ahora escribían estaban muy por debajo de los que él había conocido.

Procedía de una familia de Tetuán, pero había nacido en Madrid y era de oficio impresor.

Su padre la hablaba con admiración de los grandes hombres desconocidos a los que había tratado en sus tiempos de impresor. Al presentarse Maltrana, ella pensó que era uno de aquellos seres que, vistos desde la casucha del dañador, aparecían como semidioses.

Alfonso contestó en seguida, con mucha cortesía por cierto, que él no había tenido la menor intención de mortificar la personalidad de un príncipe, de cuya casa tantos beneficios había alcanzado su madre, y que en aquel momento escribía al impresor para que se suprimiesen los versos que pudiesen molestar al señor duque de Orleans.

¡Y tener que pasar tan de prisa por los palacios de una tierra enana como Holanda, donde no hay holandés que no sea feliz, y viva como en pueblo grande, por su trabajo de marino, de ingeniero, de impresor, de tejedor de encajes, de tallador de diamantes; de un pueblo como Bélgica, que sabe tanto de cultivos, y de hacer carruajes, y casas, y armas, y lozas, y tapices, y ladrillos!

Según en el colofón se expresa, esta obra, dividida en dos volúmenes, se acabó de imprimir el día 31 de Julio del presente año . El primor y la elegancia de la nueva edición dan claro testimonio del buen gusto del impresor, de su pericia y de su devota admiración a las letras españolas.

Era Teodoro de Bry, impresor de Lieja, que de 1570 a 1602 estuvo publicando libros y estampas para alimentar en Europa la curiosidad por los sucesos de las Indias y el odio a España, dominadora del viejo mundo en aquel entonces. El buen flamenco hizo obra patriótica desacreditando por todos los medios a los españoles les que gobernaban su país.

Al cabo de algunos días tuvo la fortuna de descubrir a un impresor arruinado hacía algunos años, cuyos tórculos rotos y enmohecidos no había querido comprar nadie y yacían cubiertos de polvo en un obscuro sótano. Cuando don Rosendo fué a examinarlos en compañía de su dueño, no pudo menos de sentir respetuosa emoción.

Aquí, le diré a usted francamente, no hay prensa. A otra. Aquí no queremos periódico, hay que trabajar de noche. Dios ha hecho la noche para dormir. , pero no el impresor contesto furioso. ¿Qué quiere usted? Luego, es trabajo en que no se gana: como no hay cajistas en España, piden un sentido, se hacen valer; el público no quiere pagar caro, el oficial no quiere trabajar barato.

El impresor, hallándole en tan benévola disposición de ánimo respecto de ellos, no quiso ser menos, y se declaró enamorado hasta los huesos de sus instrumentos.