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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Yo quedé de simple redactor, pero encargado además de entenderme con el impresor y corregir las segundas pruebas.
Se habló de sus batallas, de sus proezas, de su modestia, que le hizo rehusar los títulos y el collar con que quiso agraciarle Luis XIV, y sobre todo de su extraordinaria suerte. Porque salido de la nada, pues era hijo de un pobre impresor, de simple soldado llegó a la elevada categoría de mariscal.
Folgueras, que así se llamaba el impresor arruinado, quedaba como dueño y regente de ella. Cobraría por la tirada del nuevo periódico un tanto, mayor dos veces, según nuestros cálculos, a lo que cobran en las mejores imprentas de Madrid. No era mucho si se tiene en cuenta el mérito de los tórculos y el acendrado amor que les profesaba.
De acuerdo con estos extremos, don Rosendo se esforzó, no obstante, en convencerle de que debía enajenarlos siquiera por que no se perdiesen sus notabilísimas cualidades. Pero cuanto más elocuente se mostraba el negociante, más tierno y encariñado aparecía el impresor.
De continuar su hermano en la Universidad, acaso hubiese procurado romper pronto sus relaciones con el impresor; mas viéndose Pepe obligado a hacer lo mismo al poco tiempo, Leocadia comprendió que no podía por esto rechazar a Millán, y continuó aceptando su cariño, sin que la correspondencia con que lo pagaba mereciese en realidad nombre de amor.
No, hija, como Pepe, no: nuestro hermano es hijo de un funcionario público; el padre de ese joven, si no he oído mal, era cajista, jornalero. Impresor. Llámalo como quieras. Siendo ya viejo, llegó a dueño de la imprenta; pero su origen no puede ser más humilde. Eso no quiere decir que sea mala persona; pero, en fin, ¿por qué te disgusta que nosotros ambicionemos para tí lo mejor?
Pepe, casi temeroso de una nueva decepción, añadió: Chico, no sabes lo harto que estoy de sufrir: hasta he pensado en llevarle a los incurables; pero me harían falta recomendaciones que no tengo, y no podría ver a mi padre cuando quisiera... mientras que en casa de Engracia... ¿Querrá ella? dijo el impresor. La he hablado, y dice que sí; pero que nada resolverá sin tu consentimiento.
Hablaba de uno con asombro porque escribía cantando, sin que lo molestase ruido alguno, sin levantar la cabeza aunque disparasen cañonazos junto a él. Otro merecía su entusiasmo porque desafiaba a los acreedores, y siempre que el impresor le llevaba pruebas a su domicilio encontraba en él a una nueva señora. ¡Qué tíos!
-A eso -dijo Sancho-, no sé qué responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor. -Así es, sin duda -dijo Sansón-; pero, ¿qué se hicieron los cien escudos?; ¿deshiciéronse?
En el Prólogo al Lector, que preceda á la primera edicion, advierte el impresor, que por ausencia del Autor se habian cometido algunos defectos, que solo su presencia podia haber remediado; en esta se ha procurado enmendarlos en lo posible, sin faltar á la exactitud y circunspecion, con que debe procederse en los trabajos ajenos.
Palabra del Dia
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