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Actualizado: 12 de julio de 2025


Folgueras, que decía estar provisto de todo lo necesario, no tenía nada, y fué preciso encargar a Madrid fundiciones y piezas que faltaban a la prensa, construir galerines, comprar mesas, etc., etc. Al fin todo quedó arreglado. Don Rosendo trabajaba, como un negro, ocupándose hasta en los más ínfimos pormenores. Su talento organizador se reveló en esta ocasión mejor que nunca.

Contre de sixte. Ripostez... ¡Ah bien! Parez seconde. Rispostez ¡Ah bien! Don Rosendo se creía trasladado a París, y veía en don Rudesindo, Folgueras y Sinforoso, a Grisier, Anatole de la Forge y el barón de Basancourt. El Faro no era El Faro, sino Le Gaulois o Le Journal des Debats.

Folgueras, que así se llamaba el impresor arruinado, quedaba como dueño y regente de ella. Cobraría por la tirada del nuevo periódico un tanto, mayor dos veces, según nuestros cálculos, a lo que cobran en las mejores imprentas de Madrid. No era mucho si se tiene en cuenta el mérito de los tórculos y el acendrado amor que les profesaba.

Don Rosendo llamó a don Rudesindo en su auxilio. Entro los dos trataron de disuadirle con poderosas razones. La más poderosa de todas fué una nueva botella de vino de Rueda. Después de haberla introducido en el cuerpo, los sentimientos patrióticos de Folgueras se debilitaron visiblemente. Acto continuo pidió otra botella, la bebió, vomitó, y se durmió.

Y escudados con esto los traían y los llevaban, los barajaban que era una bendición. No les dejaban hueso sano. Folgueras, a quien también insultaban en El Joven Sarriense, se había encontrado con Gabino Maza, y le descargó un bastonazo sobre la cabeza. Maza lo devolvió con creces. Repitió Folgueras. Vino en ayuda de éste un cajista que por allí cruzaba, y de aquél su cuñado.

Lo único que turbó por un instante aquel general contento, fué la singular tristeza que se apoderó de Folgueras en cuanto tuvo algunos litros de vino en el cuerpo. El recuerdo de Lancia, su pueblo natal, se le ofreció súbito al espíritu, dejándole en un estado de tribulación difícil de explicar.

Los dignos individuos que con la lengua de metal rendían tributo de admiración y entusiasmo a los redactores del Faro, fueron obsequiados por éstos con vino de Rueda y cigarros. La alegría rebosaba de todos los pechos y se desbordaba en abrazos tan fuertes como espontáneos. Don Rosendo abrazaba a Navarro, Alvaro Peña a don Rudesindo, don Rufo a Sinforoso, y don Pedro Miranda al impresor Folgueras.

Palabra del Dia

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