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Esa risa surge siempre de los mismos resortes: la miseria grotesca, los piojos, el bacín barnizado que tiene el hidalgo por todo mueble, las tretas del hambre para quitarle al compañero la provisión de mendrugos; las mañas para cazar bolsas de aquellas damas tapadas que ejercían la prostitución en los templos y sirvieron de modelo a nuestros poetas del siglo de oro para pintarnos un mundo mentiroso del honor: la mujer esclava, entre rejas y celos, más deshonesta y viciosa que la hembra moderna con toda su libertad.... La tristeza española es obra de sus reyes, de aquellos sombríos enfermos que soñaban con apoderarse del mundo, mientras su pueblo perecía de hambre.

Y ¿qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en Africa, y ansí fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en América, y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo?

No era dable que el autor reprimiese su deseo de pintarnos detenidamente sin dejar indicados con vaguedad en el fondo a tantos y tantos importantes personajes, a fin de que apareciese en primer término, sin apartarse de nuestra vista y como centro y principal objeto de todo, D. Cristóbal de Moura, a quien, sin embargo, es menester confesar que se debió más que a nadie el buen éxito de la unión de Portugal y de Castilla y que esta unión fuese menos violenta y mucho más durable de lo que hubiera podido temerse y de lo que, sin duda, Felipe II temía.

-Si por buena fama y si por buen nombre va -dijo el bachiller-, solo vuestra merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuestra merced, el ánimo grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento, así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.

Estos rastreros escritores se han complacido en pintarnos á los ojos del vulgo de sus compatricios como una nación de fanáticos y de malvados. Casi les hacen creer que tenemos Inquisición todavía y que hemos asesinado jurídicamente, cuando la tuvimos, centenares y centenares de hombres.

Los demás cargos que hace á la nueva literatura, no son en general infundados cuando ataca las obras deplorables de los poetastros; pero son injustos, como el anterior, cuando á todos los extiende, y confunde y baraja lo bueno con lo malo. «¿Y qué mayor disparate, dice, que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?... Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga á ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, al mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fué el emperador Heraclio, que entró con la cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno á lo otro; y, fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas á diferentes personas y tiempos, y esto no con trazas verosímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables?