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Y la verdad es que, en el fondo del espíritu de los granadinos de ambos sexos, hay no qué vaga sombra de esa viudez, de esa orfandad, de esa realeza y de ese destronamiento. Y aquí tenéis explicado el por qué los poetas y poetastros de aquella tierra somos elegíacos hasta lo sumo, y «cómo, á nuestro parescer, cualquiera tiempo pasado fué mejor

Ciento seis poetas y poetastros españoles rivalizaron á porfía en ornar su tumba con odas, décimas, glosas, sonetos, epitafios y elegías, y suministraron á Montalván los materiales para elevarle el honroso monumento, que consagró á su difunto amigo y maestro, con el título de Fama póstuma á la vida y muerte del doctor Fr.

Los mosquitos y moscones, las arañas, los cínifes y bichos de todo linaje no dejan un instante de atormentarle a uno con su zumbido cuando no con sus pinchazos. Excuso decir que me refiero a la nube de poetastros de todos sexos, edades y condiciones que, para escarmiento de pícaros, existe en la capital.

Los demás cargos que hace á la nueva literatura, no son en general infundados cuando ataca las obras deplorables de los poetastros; pero son injustos, como el anterior, cuando á todos los extiende, y confunde y baraja lo bueno con lo malo. «¿Y qué mayor disparate, dice, que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona?... Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga á ningún mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, al mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fué el emperador Heraclio, que entró con la cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno á lo otro; y, fundándose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas á diferentes personas y tiempos, y esto no con trazas verosímiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables?

Su renombre se elevaba gradualmente á la mayor altura; los príncipes y grandes de España se disputaban su amistad; poetas y poetastros intrigaban para conciliarse su protección, y la España entera lo divinizaba.

Cuando cesaron de obrar estas causas; cuando una civilización nueva y extraña se enseñoreó de las clases superiores de la sociedad, hubo de aniquilar necesariamente en el teatro á la poesía nacional, propiamente dicha; los poetas ilustrados, ó que se tenían por tales, hubieron de separarse del pueblo, contentándose éste con espectáculos escénicos groseros de poetastros, sustituyendo así á la antigua poesía, verdaderamente popular, otra impopular y erudita, é inútil en ambos conceptos.

No hubo revista literaria ni periodiquillo de provincias que no se viese comprometido a insertar alguna de sus lacrimosas composiciones, ni certamen poético o juegos florales donde no ganase una escribanía de plata, algún libro lujosamente encuadernado, y tal vez que otra hasta la misma flor natural reservada a los poetastros más preclaros. El género en que más sobresalía eran las leyendas.