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Ella entonces, encolerizada, le arrojó al suelo, y echándole las manos al cuello y apretándoselo más de la cuenta, le preguntó severamente: ¿Volverá usted a hacerlo? ¿volverá usted? Andrés dijo que no, y pudo levantarse. Pero estaba tan irritado, que fue a buscar en silencio el sombrero que se le había caído, recogió también la carabina y se marchó sin despedirse.

Le ha hecho una gracia atroz nuestra pequeña juerga. Estos jesuitas son todos hombres de sociedad, no son como los curas de misa y olla... Le miré de arriba abajo con expresión rencorosa y le dije con acento irritado: ¡Usted siempre tan oportuno! Y sin aguardar contestación, giré sobre los talones y me fui. Lo que inmediatamente preví sucedió, en efecto.

Como todos los caracteres burlones, le hería profundamente el ridículo. Con su cuñada el joven se reía unas veces, otras se mostraba irritado de aquellas extravagancias de su esposa, que calificaba de estúpidas y cursis. Cecilia procuraba calmarle, achacándolo a los pocos años, al carácter tornadizo de Ventura: «Ya verás le decía; dentro de algunos meses no se acordará de semejantes tonterías».

¡Basta ya! exclamó Fray Diego. Lejos de defenderse el culpado confiesa y agrava su falta con sus livianas palabras. Sólo me resta imponerle el condigno castigo. Al decir esto dejó el abad su asiento y todos los monjes le imitaron, dirigiendo temerosas miradas al irritado semblante de su superior.

Al contrario, noté con asombro que se dirigía a él con preferencia a nosotros, cual si creyese que, por amarla también, era el único capaz de entender y apreciar su dolor. El tema constante de su discurso era que mucho más valía que se hubiera muerto él, ya que de nada servía en este mundo. Parecía irritado con Dios por haber cometido aquella equivocación tan lamentable.

Parecía irritado, furioso; sus mandíbulas se agitaban como si hubieran querido triturar algo. He alejado a Roberto dijo. Necesito hablar a solas con usted. Entonces me tomó la mano y me condujo al comedor, donde la cafetera humeaba todavía. Tengo por usted un respeto muy grande, señorita comenzó enjugando las gotas de sudor de su frente.

¿Y crees que con eso está dicho todo? dijo el anciano cada vez más irritado. ¿Crees que así se puede faltar a un compromiso sagrado? ¿Crees que así se puede dejar a una joven expuesta a la burla de la población? ¿Crees que habrá padres que autoricen semejante infamia?

El cura, al terminar su descripción, tenía el rostro tan inflamado que daba miedo. Algunas gotas de sudor le salpicaban la frente. Se le había caído la servilleta, que estaba prendida por una punta al alzacuello. Habrán cogido ustedes muchos prisioneros dijo Andrés. ¿Cómo nosotros? repuso el tío con acento irritado. Yo no he sido nunca militar... ¡ni ganas!

¿Sabéis que esta escalera se parece á la subida de la montaña aquella á cuya cumbre llevó el diablo á Cristo? dijo con un doloroso sarcasmo Quevedo. Muchas gracias, señor mío, por la galantería. Pero estáis irritado, y con razón, y es menester perdonároslo todo. Entrad. Y tiró de Quevedo, que se encontró de repente en un magnífico salón completamente iluminado, y con una mesa servida.

Casimiro tenía tres años más de edad que don Fadrique, y era también más fornido y alto. Irritado de verse vencido siempre como capitán, quiso probarse con D. Fadrique en singular combate. Lucharon, pues, á puñadas y á brazo partido, y el pobre Casimiro salió siempre acogotado y pisoteado, á pesar de su superioridad aparente.